Crónica en Valencia. Una magnífica cabalgata ha cerrado los festejos de la Semana Infantil – Crónica, 17 de enero de 1937 (Biblioteca Nacional de España – Hemeroteca Digital).
La retaguardia hay que limpiarla a fondo. Todos los días se descubren nuevos complots, más grupos de espías, algunas veces verdaderas organizaciones de espionaje y de traición. Entre ellos, los más monstruosos son los trotskistas. ¿Cuánto tiempo hace que nuestro Partido señaló a los trotskistas como enemigos del pueblo, como agentes del fascismo, aliados de Franco?
José Díaz: A los diez y seis meses de guerra. El Sol, Diario de la mañana del Partido Comunista (S.E.I.C.), 10 de noviembre de 1937
Es difícil encontrar cualquier material sobre la guerra civil española que no dedique buena parte de su contenido a discutir sobre si los comunistas dominaban o no el gobierno republicano. Los pro-republicanos opinan que no, y los de derechas opinan que la política republicana se dirigía directamente desde un despacho en el Kremlin. Ambos bandos se enzarzan en larguísimas discusiones repletas de citas de Azaña y Negrín, comentarios exasperados de Largo Caballero, listas de tenientes coroneles que podrían haber sido del partido, listas de agentes del Komintern, difíciles de cotejar a causa de los numerosos alias que usaban, documentos recién desenterrados de los míticos archivos soviéticos y suposiciones a granel.
Lo que no se puede discutir es que los comunistas participaron en la guerra de España nítidos como una veta de carbón en una mina, inconfundibles, con un aspecto tan compacto que hacía que todos los demás partidos del batiburrillo republicano parecieran de alfeñique. Los comunistas proliferaron y se robustecieron durante la guerra más que cualquier otro movimiento político del lado rojo. A diferencia del resto de las formaciones subidas al renqueante carro de la República española, ellos no tenían contradicciones ideológicas ni divisiones internas. Los nacionalistas vascos estaban allí por la independencia, y rechazaban casi todo lo demás. Los anarquistas estaban desgarrados entre el ideal libertario y la disciplina militar necesaria para ganar la guerra. El PSOE tenía un ala derecha y un ala izquierda enfrentadas con ferocidad. Los partidos republicanos «burgueses» no sabían a qué santo encomendarse cuando veían soplar el vendaval revolucionario. Sólo los comunistas tenían una ideología berroqueña, una lista de objetivos claramente expresados, unos métodos de acción expeditivos y, lo mejor de todo en aquellas circunstancias, un amigo muy poderoso y gran fabricante de armas.
El gran amigo de la República era la Unión Soviética, que cumplía 19 años cuando se declaró la guerra en España. Y el vástago predilecto del gran amigo era el Partido Comunista Español (PCE). Ser comunista a finales de los años 30 no era nada sencillo. Implicaba pertenecer a una cofradía internacional formada por personas sufridas y disciplinadas, conscientes de ser la vanguardia del proletariado y el blanco favorito de la policía de casi todo el mundo excepto un país, la URSS. Este vasto imperio llevaba algo más de diez años dirigido por un reducido grupo de personalidades organizadas por Iósif Stalin, el hombre de acero. Stalin llevaba unos años segando sistemáticamente las desviaciones hacia la izquierda y hacia la derecha del partido Bolchevique PanRuso, proceso de limpieza que implicó la muerte de muchos millares de personas cuando cobró impulso hacia 1935. Molótov, uno de los supervivientes de la Gran Purga, seguía creyendo cuarenta años después que todo había sido necesario para evitar la derrota del estado Soviético por sus enemigos. Alcanzar un ideal tan hermoso como el de un partido puro y disciplinado dirigiendo un país puro y disciplinado necesitaba una enorme cantidad de violencia organizada. Bujarin resumió la idea en una famosa carta a Stalin, poco antes de su ejecución: «Soy una víbora y pido al poder soviético que me extermine como a una víbora».
Los comunistas florecieron en el ambiente de la guerra civil española. Dentro de un ecosistema tan complejo y confuso como el de la República, la especie comunista se multiplicó en todos los nichos ecológicos posibles, con diverso éxito. El Ejército Popular fue uno de sus entornos favoritos. A diferencia de los anarquistas y de buena parte de los socialistas e izquierdarepublicanistas, ellos no tenían nada contra la milicia y sus valores de ultradisciplina, que les parecían muy adecuados. A los discutidos militares profesionales que servían a la República, aquello les sonó a música celestial.
Los comunistas tenían una característica que les podía dar ventaja, pero también volverse en su contra: su discreción, que llegaba a ser críptica en ocasiones. De hecho, se suponía que existían los comunistas declarados y los «criptocomunistas», que formaban un mundo difuminado muy amplio en los bordes del partido oficial junto con los simpatizantes, los «compañeros de viaje», etc. De esta forma, el tamaño real del partido comunista era siempre completamente desconocido (esto explica en parte la polémica bizantina sobre si los comunistas dominaban o no la España republicana).
Otra cuestión estaba en quién detentaba el poder entre los comunistas españoles, o más bien si Stalin les dejaba o no algún margen de maniobra. Esto era completamente nuevo en el panorama politico, pues ninguno de los demás partidos republicanos tenía ningún valedor entre los países del mundo. De manera que el cuadro casi se pintaba solo: una secta fanática teledirigida desde Moscú dominaba la República española, o al menos sus principales centros de poder, incluyendo el Gobierno y el Ejército. El que fueran derrotados tan fácilmente en el golpe de estado del coronel Casado resulta decepcionante para el mito del superpoder comunista, pero habrían tenido un mal día.
El caso es que el Gobierno soviético no invirtió lo bastante en software y hardware como para tener una posibilidad seria de ganar la guerra de España. Los consejeros y especialistas militares no pasaron de la ridícula cifra de mil al mismo tiempo, el número de tanques fue pequeño y las tácticas para su empleo insuficientes, los aviones de caza pocos y los bombarderos menos todavía. Stalin sugirió a las autoridades republicanas que se pusieran a fabricar sus propios aviones y otros tipos de armas y dejaran de molestar con peticiones de armamento, que la URSS no regalaba, sino que vendía contra los créditos proporcionados por el oro del Banco de España. A 35 metros de profundidad, la cámara acorazada del Banco de España era (y es) una de las fortificaciones financieras más interesantes del mundo. De allí salieron los 700 u 800 millones de dólares en oro que constituían el tesoro de la República, que se convirtieron en armas en su mayor parte.
Desde los primeros días de la sublevación militar, los representantes legales de los facciosos presentaron una granizada de demandas en todas las plazas financieras y sedes de tribunales de toda Europa acusando al gobierno de la República de apropiación ilegal del tesoro de la nación. Aunque la demanda nacionalista era jurídicamente insostenible, como declararon al fin varios solemnes tribunales europeos, bastó en varias ocasiones para bloquear fondos republicanos hasta que no llegara una decisión judicial. El mundo financiero internacional, por su parte, estaba apasionadamente en contra de la República, la cual no tuvo más remedio que acudir al único canal financiero independiente, el organizado por la Unión Soviética (previamente se había llevado una respetable cantidad de oro a Francia). El sistema financiero soviético era en teoría completamente independiente del sistema financiero capitalista mundial, pero tenía necesariamente sus zonas de contacto con éste. A final, a través de tortuosas operaciones, el oro se convirtió en dinero, y este a su vez en armas, vituallas y muchas más cosas necesarias para la guerra.
Una buena parte del oro se empleó en la compra de aviones, las armas más caras y más complejas. La Unión Soviética envió a España un kit aeronáutico de ayuda básico, muy parecido al que envió a China para luchar contra el imperio japonés. Años después, en pleno fragor de la lucha de las democracias contra el Eje, cuando el “sanguinario sátrapa del Kremlin” ya se había convertido temporalmente en el bondadoso “Tío Pepe,” el exembajador norteamericano en Moscú recordó en un artículo muy difundido que cuando Francia e Inglaterra contemporizaban con Alemania y Japón, la Unión Soviética era la única potencia que hacía algo de provecho, proporcionando armas a la República española para luchar contra los nazis y al KMT (Guomindang) chino para enfrentarse a los japoneses.
En realidad, los ecosistemas aéreos de chinos y republicanos españoles eran muy parecidos en su aspecto general de un bloque soviético compacto por un lado y un batiburrillo de aviones de las más diversas procedencias por otro. Esto proporciona de paso una interpretación de las razones soviéticas para meterse en la guerra del España: Stalin no tenía mucho interés en tener un “estado satélite” en la otra punta del Mediterráneo. Si envió ayuda fue porque la República luchaba contra la Alemania nazi, y eso era todo lo que le interesaba saber. En China, el Partido Comunista Chino no recibió apoyo explícito de la URSS hasta nada menos que 1949, con la guerra civil ya ganada. Antes, la Unión Soviética apoyó muchos años al Guomindang, feroz enemigo de los comunistas chinos, por la sencilla razón de que luchaba contra los japoneses. Otra cosa fue la ambición política de los comunistas autóctonos de la piel de toro.
El material aéreo enviado por la URSS estaba compuesto por solo cuatro modelos: dos cazas, uno de tipo “interceptor avanzado” (el Mosca) y otro de tipo “ágil biplano tradicional” (el Chato), un bombardero rápido pequeño (el Katiuska) y un “avión de asalto” llamado en España Natacha o Rasante. También se enviaron cerca de 300 carros de combate T-26 y unos 50 tanques rápidos TB-5, ambos de la clase de casi once toneladas. Este núcleo de las entregas de armas soviéticas se completó con muchos miles de fusiles Mosin-Nagant, equivalente soviético del Máuser, variedad de piezas de artillería y pertrechos diversos. Todavía hoy es fácil encontrar vainas de 7,62 mm de cartuchos del Mosin-Nagant en el Parque Lineal del Manzanares (Madrid), que sigue aproximadamente la línea del frente en el SO de la ciudad[146].
La llegada de material de la URSS fue espasmódica, con oleadas de entregas seguidas de largos meses sin que llegara un tornillo. Hay que tener en cuenta que las armas soviéticas llegaron por barco al principio, cruzando todo el Mediterráneo, y que cuando esta ruta se abandonó por demasiado peligrosa, a causa de los ataques de submarinos italianos, fue necesario adoptar la larga ruta maritima por el norte hasta la costa atlántica francesa. Allí se cargaban en camiones y trenes e intentaban llegar a la frontera de Francia con Cataluña, abierta o cerrada a capricho del gobierno francés.
Aunque tomaron buena nota de las prestaciones de sus tanques y aviones en la guerra de España, los soviéticos nunca tuvieron un programa formal de ensayos como el alemán. En realidad, Stalin sugirió desde el principio que la República fabricara ella misma sus aviones e intensificara la formación de sus pilotos, con vistas a alcanzar una autosuficiencia que le permitiera depender menos de la ayuda directa soviética.
[146] Noticias del Parque Lineal del Manzanares y de la cuenca baja del Manzanares. http://blog.parquelineal.es/
Asuntos: Comunistas, Política
Tochos: La guerra total en España