17 de septiembre de 2024

Civilwarfaring, deporte olímpico en España

Hace 81 años que terminó la última guerra civil en España. En Italia acabó hace 75 años. El dato para Grecia y China es de 71 años. Francia, Estados Unidos, Portugal y Reino Unido cuentan respectivamente 149, 155, 186 y 369 años sin. En Suecia llevan 497 años sin sufrirla y en Dinamarca 484. En Finlandia van 102 años desde el final de la última contienda fratricida, y en Rusia e Irlanda 97. En Siria y en Libia la guerra civil está activa desde hace nueve años, en Yemen desde hace cinco.

El término guerracivilismo parece que lo acuñó Francisco Umbral en 1980 en la presentación de su libro Los helechos arborescentes, en una discoteca llena de famosetes, que incluyó la quema del libro como gran metáfora guerracivilista. Desde entonces es una expresión bastante corriente, que se usa junto a la expresión pulsión cainita para significar la violencia intranacional instintiva que, parece ser, es una parte fundamental de la cultura española. No existe una definición aceptada de la palabra, porque la RAE no la admite en su diccionario, aunque sí recoge varios ejemplos en el Corpus de Referencia del Español Actual (CREA). No parece haber equivalente en idiomas extranjeros, en inglés sería algo así como civilwarfarism.

Las definiciones del guerracivilismo que circulan por internet son guerracivilistas, es decir, dicen cosas completamente distintas según el autor de la definición se identifique con uno u otro bando (rojos y fachas, para simplificar). Tras años semienterrada, la palabra comenzó a usarse mucho en 2005, lo que puede estar en relación con que ese año empezó la discusión de la Ley de Memoria Histórica. Desde entonces se ha creado una lista canónica de comportamientos guerracivilistas, es decir, que conducen a la guerra civil: aprobar la propia Ley de Memoria Histórica, publicar en internet los mapas de fosas comunes, desenterrar a las víctimas halladas en las fosas comunes, llevar al almacén municipal las estatuas del general Franco, visitar tumbas de republicanos exiliados en Francia, y por último sacar al general Franco de su tumba en el Valle de los Caídos y trasladarlo al panteón familiar en el cementerio de Mingorrubio, en El Pardo, que es el no va más del guerracivilismo.

Hasta 2004, la postura del partido socialista y del popular era dejar que el polvo se posara en capas cada vez más espesas sobre las fechorías de la guerra civil. Esto cambió con el gobierno de Zapatero, como ya se ha dicho, al discutir y luego aprobar la Ley de Memoria Histórica, «por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura». A la derecha aquello le sentó como un tiro y desde entonces su idea general es que lo único que vamos a ganar desenterrando cosas viejas es encabronar al personal, que ya viene con la pulsión fratricida en los genes, y a ver si vamos a tener un disgusto.

Eso quiere decir que es extraordinariamente guerracivilista quitarle las medallas a un policía torturador de la Brigada Política-Social o incluso eliminar los títulos nobiliarios creados por el general Franco. La llegada a la arena política de un partido de derechas sin complejos, como Vox, ha animado la cosa, pues está respondiendo al guerracivilismo de izquierdas con su propia versión, esgrimiendo por ejemplo los asesinatos cometidos por los rojos con gran lujo de detalles, extraídos seguramente de la Causa General. ¿Qué ocurre si alguien bienintencionado hace un llamamiento contra el guerracivilismo de derechas y de izquierdas, contra esa división ancestral entre fachas y rojos? Pues que le cae una buena desde ambos bandos, indignados por semejante equidistancia.

El guerracivilismo, se reconoce ampliamente, es como la intolerancia al gluten o a la lactosa. Es un hándicap de la sociedad española a tener en cuenta, como un celíaco o un carente de lactasa tienen cuidado de no tomar un trozo de pan o un vaso de leche. De la misma forma, si no tenemos cuidado, nos puede dar una reacción fisiológica tan fuerte y destructiva que nos conduzca directos a la guerra civil. El vaso de leche o el trozo de pan serían, en esta comparación, romper la unidad de España o intentar hacer regresar a la República. Hasta ahora se han evitado estos excesos, pero hay que mantener una constante vigilancia y tener las barras de pan y las botellas de leche bien guardadas bajo llave, no sea que tengamos una desgracia.

Hubo un momento peligroso cuando se intentó iniciar el trámite para esbozar una hipotética comisión parlamentaria de investigación de unos supuestos delitos financieros del padre del actual monarca, Juan Carlos I. Pero prontamente, cuando estábamos a punto de cagarla, los letrados del Congreso declararon categóricamente que el rey era, es y será inviolable e ininvestigable. Vox y PP no quieren esta investigación porque son partidos del Trono y el Altar. El PSOE no quiere porque tiene estrés postraúmatico, sabe que hay cosas con las que  es mejor no enredar (precisamente el Trono, el Altar y la Unidad de España) so pena de que alguien saque los tanques a la calle. En toda esta historia, los que menos pintan, paradójicamente, son los militares. Desde 1990 aproximadamente, ya no se habla de ruido de sables. Los militares españoles, además, están repartidos en docenas de países extranjeros lidiando con lejanas guerras civiles, y no tienen tiempo para tonterías.

Marciano Lafuente

 

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