No estábamos así desde los tiempos de Lord Salisbury. El primer ministro inglés, pocos días después de la derrota de la flota española en la bahía de Manila, pronunció un famoso discurso en el Albert Hall de Londres en el que dividió a las naciones en “pujantes”, ganadoras en la lucha darwinista por la vida, y “enfermas”, condenadas a una existencia moribunda al margen de las grandes potencias. Se refería principalmente a España y Turquía.
Más recientemente, los Mercados han tomado el relevo del barbudo Lord. Esta conocida familia de caballeros de la industria tiene ramificaciones en todos los países del mundo. A través de sus subfamilias de calificación (los Moodys y los Standardandpoors, por ejemplo), envían peces muertos dentro de chaquetas (es decir, rebajan la calificación de su deuda de AAA a AAB) a los países que no les gustan, el equivalente a declararles moribundos en la terminología del primer ministro británico.
La gran prensa económica internacional colabora como puede. Se trata de media docena de cabeceras, publicadas en Londres y Nueva York, cuyas palabras son religiosamente reproducidas por la prensa del país enfermo de que se trate. Los editoriales del Diario de la Calle de la Tapia y Tiempos Financieros son tomados como la palabra de Dios, y más vale así, pues reflejan la opinión de la poderosa familia Mercados.
A esto se ha llegado en España tras los tiempos felices de 2002, que culminaron en la cumbre de las Azores, cuando prestigiosas revistas como Tiempo y Noticias de la Semana hablaban del nuevo imperio español. Todo eso se desvaneció como el rocío de la mañana. Ahora hemos vuelto al lugar de donde nunca debimos salir: un país enfermo, poco competitivo, que necesita una drástica reducción del gasto público (se acabó eso de vivir del cuento), una drástica mejora de la competitividad (es decir, bajar los salarios y trabajar más) y un drástico aumento de la flexibilidad laboral (es decir, pasar del trabajador con derechos y obligaciones definidas al empleado líquido con disponibilidad total, capaz de adaptarse a la forma de cualquier molde).
Se reducirá por ley la estatura media de los españoles, y el tono de color de su piel se oscurecerá dos puntos. Volveremos a ser un país simpático (en castellano en el original), que recibe con amplias sonrisas al visitante extranjero de raza blanca. Y no nos vendrá mal un poco de disciplina después de tanta juerga laicista y hedonista. No hace falta llegar al partido único falangista, pero seguro que hay fórmulas intermedias que restablezcan el Principio de Autoridad. Y los inmigrantes que no hagan méritos, que se vayan preparando.