Quitar la grasa ya no es la obsesión de las adolescentes macizas. Ahora es la obsesión de todos los que meten la mano en la economía: altos funcionarios, dirigentes empresariales, etc. El último y doloroso golpe es la renuncia del NY Hilton a servir comidas en las habitaciones. Resulta que no sale rentable. Así que, a los que hacemos frecuentes visitas a este simpático hotel, no nos queda más que aguantarnos, renunciar a desayunar en la cama o cenar en la suite y ponernos a la cola en la cafetería automática del pasillo. Y lo mismo ocurre en el resto del mundo que no es el NY Hilton (el hotel es tan enorme que esa parte del planeta no es tan grande como parece). La nueva consigna es eliminar lo superfluo, la grasa, quedarnos en el puro músculo. Claro está que cuando el escalpelo se acerca a la administración pública se ven o se creen ver excrecencias adiposas del tamaño de rinocerontes. ¿Se puede saber para qué queremos una academia comarcal de ballet? Y así sucesivamente. Las consecuencias son, algunas, muy graves (El NY Hilton perderá su cuarta estrella y terminará dentro de poco convertido en tugurio de mala muerte) y otras preocupantes (estamos destruyendo nuestra civilización, compuesta en buena parte de cosas aparentemente superfluas y tocineras). Estamos buscando una economía musculosa y ágil, una especie de versión financiera de los atletas nazis y estalinistas de los carteles de la Era Totalitaria, y nos vamos a encontrar con una economía esquelética, de hotelazos convertidos en chamizos y comarcas enteras sin una mala academia de baile. ¿Se imaginan cuánta desolación?