Photo by Alexandra on Unsplash
Los nacionalistas españoles, partidarios de la obligatoriedad del uso del español en todo el territorio nacional, están de enhorabuena. La administración Trump quiere declarar el inglés como lengua oficial y preeminente de la Unión, y derogar una ley de la última administración Clinton que obligaba (o al menos sugería) al estado a atender a los inmigrantes en su lengua. Claro que hay un problema. La ley que quiere aprobar Trump postergaría al español y lo prohibiría de facto en la administración. Ahora los que se ríen son los independentistas catalanes. Ahora sabréis lo que sentimos nosotros, dicen, cuando una lengua poderosa quiere aniquilar a otra que es más pequeña.
Resulta que la Constitución de los Estados Unidos, además de bellas palabras como aquellas de que todos tenemos derecho a la libertad y a la búsqueda de la felicidad, no establece ningún idioma como oficial de la República.
A finales del siglo XVIII, una declaración así no tenía mucho sentido. En las trece colonias que luego formaron el núcleo de los Estados Unidos se hablaba mucho inglés, pero también gaélico escocés, galés, irlandés, alemán, francés, español y diversas lenguas de las naciones indias. Así que a nadie se le ocurrió que fuera necesario poner en la Consti ningún «idioma oficial», concepto absurdo en la época. Esto fue una suerte, y parte de la pujanza económica y social de USA deriva de que nadie se preocupó ni poco ni mucho por imponer una lengua en la comunicación pública. Poco a poco, los Estados Unidos reunieron nutridas poblaciones que se expresaban internamente en cientos de idiomas, desde el alemán del siglo XVI al japonés. Si alguien quería hacerse entender en general, usaba el inglés… o el español, en el sur.
Esta sabia política podría aplicarse sin problemas en un país como España. Bastaría con eliminar todas las referencias a la lengua común, oficial u obligatoria en la Constitución de 1978 y en todos los estatutos de autonomía y en toda la legislación en general. La experiencia muestra que las lenguas coexisten sin dificultad cuando nadie toca las narices legislándolas. De toda la vida, la gente ha usado sin dificultad una lengua dentro de casa y otra fuera, e incluso otra en el mercado.
¿Y qué pasa si te atienden, administrativamente hablando, en una lengua que no entiendes? Pues que empieza a funcionar el poderoso mecanismo de la empatía humana. Es prácticamente imposible que, sin mediar mala voluntad, haya dificultades para la comprensión entre personas que viven en un mismo territorio y beben de la misma agua. Ni siquiera la hay con los turistas procedentes de los más lejanos países, con un poco de paciencia, una servilleta y un bolígrafo, con el traductor de Google. En el futuro, frases como «denuncia que no la atendieron en español, o en catalán, o en lo que sea», serán vestigios de una época bárbara.
Marciano Lafuente