Cómo acabaron con el problema del Sur

fuerzasrebeldesencantillanaLa entrada de una columna en Cantillana, a 30 km de Sevilla río Guadalquivir arriba. El pie de foto original dice: «Las fuerzas rebeldes entran en Cantillana. A falta de mejor señal de rendición, una mujer sale a la calle a desplegar una toalla blanca». Ilustraçao (Lisboa) 1 de septiembre de 1936. Hemeroteca Digital de Lisboa.

 

 

“¿No murió sin testamento nuestro padre Adán?”, preguntaban a Díaz del Moral, el notario de Bujalance, los gañanes andaluces. “Pues si murió sin testar, la tierra debe dividirse por igual entre sus hijos.»

Julio Romano: entrevista a Ramón Bergé. Nuevo Mundo, 6 de mayo de 1932.

 

Cuando Adán cavaba y Eva hilaba, ¿dónde estaba el caballero? (When Adam dalf and Eve span, who was then a gentleman?)

Estribillo inglés del siglo XIV.

 

Si la conquista del valle del Duero fue un paseo militar, la ocupación del valle del Guadalquivir por los nacionales se pareció más a una pesadilla, que requirió grandes cantidades de sangre y fuego. La cabeza de puente, Cádiz, necesitó un desembarco de tropas del Ejército de África para ser asegurada. Sevilla fue al principio una pequeña isla de militares rebeldes en el centro de la ciudad, rodeados de un mar de socialistas y anarquistas. En pocos días, la situación se invirtió, y los rojos eran ya un reducto asediado en Triana, al otro lado del río Guadalquivir que tardó muy poco en caer ante los cañones. En Córdoba las cosas fueron bastante bien desde el principio, aunque la lucha por el control del territorio de la provincia tardaría varios meses en resolverse, y su parte noreste quedó hasta el final en manos de la República. El estilo de la guerra en el sur fue colonial, con las capitales cumpliendo su papel de fortines donde la raza blanca pudo asegurarse y a continuación extender su control por el resto del territorio ocupado por lo indígenas. Una expedición del duque de Alba a sus extensas posesiones algunos años atrás, que recordó a los observadores más un safari que ninguna otra cosa, había resultado premonitoria.

Los grandes pueblos del valle, con poblaciones de 10.000 o más habitantes (más que Soria capital) y enormes porcentajes de afiliación a la CNT y otras organizaciones de izquierdas, eran un problema muy grande para los facciosos. Bujalance, por ejemplo, en la campiña de Córdoba, que tenía 15.000 habitantes en 1936, era conocido como “la meca del anarquismo” tras un reportaje de la revista Estampa de los sucesos de diciembre de 1933, que acabaron con varios muertos tras un choque entre los revolucionarios y la Guardia Civil. Bujalance fue ocupada sin resistencia en diciembre de 1936, tras cinco meses de dominio anarquista de la ciudad. Parece ser que la moral de las milicias que defendían la ciudad se derrumbó tras un violento bombardeo aéreo que causó unos 100 muertos. En aquellos días la República no tenía ojos más que para la defensa de Madrid.

La ocupación de este extenso territorio hostil a los nacionales requirió el empleo intensivo del Ejército de África, que funcionó muy bien en los primeros meses contra los desorganizados milicianos republicanos. La plantilla del sistema de guerra colonial de Marruecos se aplicó en toda Andalucía Oriental y Extremadura: avances rápidos en territorio enemigo con objeto de hacer duros escarmientos entre los poblados indígenas insumisos. En este caso los poblados indígenas podían tener el tamaño de Don Benito en Badajoz o de Carmona en Sevilla. Los milicianos republicanos no eran considerados como soldados, sino como salvajes armados a los que se podía y debía exterminar. La técnica utilizada la narraba el mismo general Queipo de Llano por las noches, en su programa diario en Radio Sevilla. Por ejemplo, el 21 de julio de 1936: “Una columna del Tercio ha impuesto [por el ataque al puesto de la Guardia Civil, según el general] un castigo tan enérgico a Carmona, que, según comunica la Aviación , una parte de la población, aterrada, huye en dirección a Fuentes de Andalucía[33]”.

Era la solución definitiva al problema del Sur, pues hacía muchos años que Andalucía (junto con Extremadura) era el problema. Así se repetía en innumerables publicaciones oficiales: “el problema social andaluz” que también se podía traducir como “el problema social de los latifundios”. Lo que en el resto del país, y especialmente en el norte –y también en Castilla– podían ser familias pobres, pero honradas y temerosas de Dios, era en Andalucía, como reconocía todo el mundo, un polvorín de gente torva a punto de estallar, y que de hecho requería el empleo continuo de las fuerzas de seguridad del Estado para mantenerlo sujeto.

En Andalucía existían pequeños propietarios agrícolas, artesanos y empleados como en todas partes, pero su sector social más conspicuo era una enorme cantidad de obreros agrícolas concentrados en grandes pueblos, sin posesiones ni casi nada que perder, difíciles de controlar por los curas al no existir el sistema de control basado pequeñas parroquias favorito de la Iglesia (la práctica religiosa era muy reducida en el medio rural de la Tierra de María Santísima) y muy alejados del sistema de producción tradicional preindustrial: al contrario, metidos de lleno en un sistema capitalista de explotación de la tierra a modo de grandes fábricas de trigo, aceite y vino movidas por energía solar y por motores de sangre, humana en buena parte. En ninguna parte salvo en el Sur era más ancha la distancia que separaba a las clases superiores de las inferiores.
Una situación así propiciaba la aparición de oficios o categorías sociales desconocidos en el resto de España, como los algarines, ladrones furtivos de frutos campestres, como naranjas. aceitunas y bellotas. El algarín vivía en un estado  de cuasi-animalidad, aherrojado por supersticiones propias de pueblos salvajes. Bernaldo de Quirós[34] cuenta el caso de una mujer “hallada desnuda a media noche entre la fronda de un naranjo en los predios cercanos a Córdoba la Vieja  (Medina Azahara), convencida de que así los perros sienten un extraño temor a las personas”.

Otro elemento  social propio era el bandolero andaluz, que incluso disponía de una comarca en particular donde, en palabras de Bernaldo de Quirós, se daba “tenacidad en el hurto y en el robo”, situada en torno a la vieja ciudad de Estepa. Para este autor, que no hace más que expresar una opinión común en la época, “Lejos de ser un problema económico [o] social, el del bandolerismo andaluz es un problema antropológico, o más bien etnográfico, de raza. […] Aquella imagen de bravo luchador por la vida y, a la vez, de gozador de la vida en todos sus placeres, cautiva y desarma la blandura de raza del hombre bético, abúlico nihilista sumergido en la sensualidad, en la sexualidad mejor dicho”.
En los manuales escolares se solía señalar la propensión al crimen de los naturales del valle del Guadalquivir. Según el compendio de geografía Mi Patria (Gabino Enciso, hacia 1925), en la parte montañosa de Huelva “pasiones violentas, el uso muy extendido de las bebidas alcohólicas y la vida de contrabando contribuyen a que sean frecuentes los delitos de sangre”, en la parte montañosa de Córdoba los naturales son “suspicaces y un tanto malignos”, en Jaén  “abundan los delitos de sangre”, en Granada “el abuso del alcohol es causa de que se cometan muchos delitos contra las personas”, el sevillano era “amigo de la bulla, pendenciero si el alcohol acalora un poco sus cabezas […] no es previsor ni piensa en el mañana y es poco inclinado al trabajo” y en Cádiz: “han dado entrada a los vicios […] por su trato con gentes de todos los países” “en cierta parte de la población hay gran afición al contrabando” y  “las clases sociales acomodadas (en extremo corteses, de maneras finas y distinguidas) se diferencian mucho del pueblo[35]”.

Al estilo de grandes bandas armadas, a veces con una moral de Robin Hood, el bandolerismo andaluz había sido liquidado en 1870 por el gobernador Zugasti, que necesitó ejecutar a más de 100 personas para lograr el resultado buscado. Continuó después menos conspicuo, asociado a prácticas mafiosas de protección. Pero por entonces lo que verdaderamente le interesaba al público era la llamada delincuencia subversiva, es decir, la actuación de las asociaciones anarquistas de trabajadores de la tierra, reducidas a la clandestinidad. El 8 de enero de 1892 (habría otros eneros) los jornaleros de la campiña de Jerez consiguieron asustar de verdad a la Autoridad, al ocupar una noche todo el centro de la capital de la comarca en manifestación, armados de hoces, hachas, palos y piedras.

La sensación de que el salvaje había cercado y tomado la ciudad fue clara y notoria en todos los medios de comunicación de la época, y se puso otra piedra en el pesado saco del “problema andaluz”. También se plantearon algunas imaginativas soluciones. Un proyecto de finales del siglo XIX, maravilloso por su simplicidad, podría haber servido de pauta. Consistía en dividir 50.000 hectáreas del término municipal de Jerez de la Frontera en 5.000 lotes de 10 hectáreas, dotar a cada lote de una vivienda modesta y algunos aperos de labranza, y entregarlos a continuación a 5.000 jornaleros jerezanos, los mismos que habían asaltado la ciudad en 1892. La formidable barrera de parcelas y casitas garantizaría que el asalto de Jerez por las masas hambrientas no se repetiría jamás.

Un problema de este calibre requería un gran remedio. Al mismo tiempo que se consolidaban las fuerzas de orden público, se aceleraban los planes para añadir “humedad y blandura” a las escarpadas y resecas tierras del sur de la península mediante la construcción de pantanos para poner en riego las tierras. La principal área de actuación de la República en sentido hidráulico tuvo lugar en Andalucía. Se plantearon pantanos y canales en el valle inferior del Guadalquivir (Sevilla) y en los ríos  Guadalmellato (Córdoba) y Guadalcalcín (Cádiz), así como el Pantano del Chorro (Málaga). Se pensaba que eran el más eficaz freno contra la criminalidad y la subversión, una idea que ha dominado la política española durante la primera mitad del siglo XX.

La solución adoptada, por lo tanto, fue de orden ambiental, aunque unos años después, en 1936, llegó la hora de la violencia organizada, una especie de eugenesia negativa que se cebó particularmente en las zonas-problema: Andalucía y Extremadura. El planteamiento de la solución final se puede leer en este informe de la Comandancia Militar de Cádiz: “La peculiar organización de los pueblos andaluces hacía que en un pueblo de 20.000 habitantes existían 20 ó 30 terratenientes, 200 ó 300 tenderos o comerciantes y 15.000 braceros sin más capital que su brazos, todos asociados a organismos del Frente Popular. Cuando ellos dominan pueden fusilar a los dos primeros grupos y quedarse solos; en cambio los dos primeros grupos no pueden fusilar al tercero por su enorme número y por las desastrosas consecuencias que acarrearía[36]”.

 

[33] ABC de Sevilla, 22 de julio de 1936
[34] C. Bernaldo de Quirós: Criminología de los delitos de sangre en España (1906).
[35] Esta es la lista completa del resto de las características desagradables de los españoles según Gabino Enciso:
La Coruña/A Coruña: “sienten inclinación al contrabando”
Guadalajara: “algún autor asegura que a la antigua sencillez van sustituyendo el recelo y la malicia”
Castellón: “dirimen muchas veces sus cuestiones con riñas, en que se hace uso del arma blanca”
Alicante/Alacant: “en ocasiones y por cualquier bagatela se manifiestan rencorosos y aun vengativos”
Badajoz: “poco aficionados a la instrucción, y perezosos é inactivos” “el contrabando es ocupación muy grata”
Quedan libres de cualquier estigma Asturias, Cantabria, País Vasco, Navarra, Aragón, Cataluña, La Rioja, Castilla y León, Murcia, Comunidad de Madrid, Canarias y las Islas Baleares.
[36] Francisco Espinosa Maestre: Julio de 1936. Golpe militar y plan de exterminio. En “Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco. Julián Casanova (coord.) Crítica (2004)

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