Necesitamos que vuelva la trascendencia, aquello que está más allá de los límites naturales y desligado de ellos. La utilidad de semejante regreso es evidente.
Sólo hace falta tener en cuenta que la negación de la trascendencia nos despoja de la vocación trascendente, la dignidad trascendente y la dimensión trascendente.
Sin trascendencia, la dimensión antropológica de nuestra existencia gira en un desolador vacío.
Con trascendencia, nos regalamos a nosotros mismos un torrente de sentido, un contacto íntimo con el ser que es en su existencia única y plena.
El índice de trascendencia, además, está estrechamente relacionado con el índice de felicidad humana. Las consultas de los psiquiatras están llenas de personas alejadas de la trascendencia. Guerras y crímenes bestiales ocurren en cuanto los hombres se apartan de la trascendencia.
La maldad y la falta de trascendencia están ligadas por un vínculo necesario. La trascendencia es la verdadera ecología de las cosas. Donde hay trascendencia, encontramos alegría y dulzura.
Visto lo visto, la trascendencia se convierte en una opción muy interesante. Además, no es cierto que los trascendentes paguen más impuestos, sino más bien al contrario.
Podríamos seguir, pero sería abundar. Y tú, ¿a qué esperas para acercarte a la trascendencia?