Las cosas sagradas y fundamentales

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Colegio Hispano
Internado dirigido por sacerdotes
Para alumnos de Facultad y otras preparaciones. Vigilados dentro y fuera del establecimiento.

El Siglo Futuro, 1 de enero de 1936

 

 

Pocas semanas después del Alzamiento, el 4 de septiembre de 1936, el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España publicó una Orden para la «reorganización saludable» de los estudios de bachillerato, pintando como línea roja infranqueable de las enseñanzas impartidas que en ellas no hubiera «cosa alguna que se oponga a la moral cristiana». Este objetivo resultaba bastante razonable dado el momento y el lugar, pero resulta más raro la prohibición tajante de la coeducación que contenía la misma Orden. En las poblaciones con dos Institutos de Segunda Enseñanza, se dedicaría uno a los alumnos y otro a las alumnas, y donde hubiera solo un instituto, «se procurará organizar las enseñanzas de manera que los alumnos acudan a las clases por la mañana y las alumnas por la tarde, o viceversa, según convenga» – dice el legislador militar, a punto de meterse en un jardín.

Tres semanas después publicó el Boletín un Decreto aclarando el asunto: la supresión de la coeducación solo pretendía «la moralización de las costumbres», objetivo principal de la Junta de Defensa. La nueva disposición legal establecía como norma que la enseñanza de las muchachas estaría a cargo de personal docente femenino y la de los muchachos al cuidado de  profesores varones. Teniendo en cuenta el corto número de catedráticas de instituto existentes (lo que no era de extrañar, pues hasta 1910 no se les permitió la entrada libre en la universidad) este objetivo resultaba difícil de alcanzar. La enseñanza de la religión, por el contrario, debía ser impartida por hombres en todos los casos.

Que la Junta de Defensa, en pleno fragor de la batalla (literal y política, pues por aquellos días Franco ascendía no sin oposición a la jefatura suprema nacional) dedicara tanto espacio de las magras páginas del BOJDNE a un asunto aparentemente secundario implicaba que no lo era en absoluto. En realidad, separar a los chicos de las chicas en la enseñanza era una de las «cosas sagradas y fundamentales» a las que se refirió Francisco Javier de Landáburu, líder de PNV en Álava, en una carta a su correligionario José Antonio Aguirre, futuro primer presidente del gobierno vasco. Landáburu resumía en esta expresión la coincidencia básica entre las ideas de los militares sublevados y el programa del Partido Nacionalista Vasco.

Landáburu se refería en realidad a la extrañeza de los militares cuando veían a los peneuvistas ir del brazo de los rojos, cuando tantas cosas importantes les separaban. Pesó al final más en la decisión del PNV la posibilidad de cortar las amarras con España que el absolutismo moral con el que simpatizaban propuesto por el complejo mental nacional-católico que ya comenzaba a dominar la España nacional.

Borrar de un plumazo la coeducación nos recuerda que en 1936 en España ya existían cosas que costó muchas décadas recuperar, como la coeducación, el divorcio por mutuo acuerdo o la venta libre de anticonceptivos. Es cierto que era difícil conciliar el independentismo catalán, vasco o incluso gallego –y otros en ciernes cuando llegó el oportuno golpe de estado, como el aragonés, el valenciano o el andaluz– con el españolismo, y que los plutócratas perdían mucho dinero con la indisciplina obrera, pero uno está tentado de pensar que lo que verdaderamente no se podía soportar, lo que exigía una pronta y violenta reacción, era el libertinaje de las costumbres propio de la República. «La propiedad es un robo» era una consigna que estremecía a los propietarios con mucho que perder, pero «el matrimonio es una prostitución a largo plazo, la prostitución un matrimonio a corto plazo» tenía la virtud de poder horrorizar a mucha gente de cualquier condición social.

Muchos años después los católicos consiguieron reunir enormes manifestaciones por motivos tan fútiles como la aprobación legal del matrimonio entre personas del mismo sexo. Para mucha gente, es difícil de entender esta furia, pues a nadie se obliga a contraer matrimonio de esa forma ni de la otra. Pero para los católicos es otro dique que se rompe, otra vía de agua en el barco de la civilización. Similar oposición católica despertó la aprobación del divorcio por mutuo acuerdo sin separación previa, llamado «divorcio exprés», en 2005, tres cuartos de siglo después de su aprobación en 1932. El Gobierno franquista lo prohibió en la zona nacional en 1938, mucho tiempo después de la coeducación. No debieron considerarlo tan importante.

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