Reinaré en España (matar al campanero)

laiglesiayjesusMi Revista (Barcelona), 15 de febrero de 1937

 

En total, la plaga de la langosta clerical, incluídos frailes y monjas, consta de la astronómica cifra de 168.762 zánganos, espantosos parásitos, que viven succionando la sangre del pueblo trabajador.

“La horda fascista” – El Día de Alicante, 3 de septiembre de 1936

Se recuerda a todas las afiliadas de la Sección Femenina de Falange, la obligación que tienen de asistir, los martes de cada semana a las siete de la tarde, a las conferencias Religioso-Apologéticas, que dá el Reverendo P. Espinosa.

Azul (Córdoba) 8 de febrero de 1937

 

El 28 de agosto de 1936, un grupo de milicianos fusiló la gran estatua de Cristo que dominaba el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús, en el cerro de los Ángeles, pocos kilómetros al sur de la ciudad de Madrid. Ninguna de las balas tocó el gran corazón grabado en el pecho de Nuestro Señor, lo que se consideró no una prueba más de la mala puntería de los milicianos, sino un milagro por el que Dios mostraba su adhesión a la causa del Alzamiento, que se unió al caso de las bombas del Pilar de Zaragoza. Una semana después el monumento fue dinamitado. Había durado 17 años en pie.

La solemne inauguración del monumento al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe), el viernes 30 de mayo de 1919, fue un acto de extraordinaria importancia simbólica. El presidente del gobierno, Antonio Maura, intentó convencer a Alfonso XIII para que no asistiera, pero no consiguió dar el real brazo a torcer. El marqués de Comillas consiguió un gran triunfo político al conseguir que el mismo monarca hiciera la consagración del monumento. La ralea republicana, socialista y anarquista lo consideró una gigantesca provocación. La iglesia católica demostró que todavía era muy poderosa en España marcando territorio nada menos que en el centro geográfico exacto del país.

Desde el punto de vista de la Iglesia, el momento no podía ser más adecuado. La huelga de La Canadiense acababa de terminar, con una aparente victoria de los sindicatos anarquistas. El 3 de abril se había promulgado la jornada de ocho horas, una tradicional reivindicación socialista. Una comisión del Instituto de Reformas Sociales había regresado pocas semanas antes de Andalucía, con informes poco halagüeños sobre la actitud de los jornaleros, contra los que fue preciso enviar el Ejército poco después.

La iglesia católica no estaba dispuesta a rendirse. Sobre las agitadas masas en deriva acelerada (o al menos eso parecía) hacia el bolchevismo y cosas peores, el monumento, repleto de símbolos de orden social, caridad cristiana y buenas costumbres se alzaba como un faro dominando las oscuras y agitadas aguas. Otros muchos se construyeron o planearon en aquellos años. La idea era que la figura de Cristo Redentor dominara literalmente todas las ciudades y pueblos de España, como un omnipresente recordatorio de una jerarquía social sana.

Se construyeron Sagrados Corazones en muchos lugares, por lo general sobre colinas o riscos bien visibles desde la localidad de referencia[44]. Era una arquitectura católica de marcaje del territorio. En Barcelona se eligió el Tibidabo, tradicional lugar de esparcimiento de las horas anarquistas de la ciudad, para construir un gran templo de color blanco coronado por un sagrado corazón, visible desde toda la ciudad. En otros casos bastó con colocar la estatua sobre la torre de la catedral, dentro del casco urbano (como en San Sebastián). Otros ambiciosos proyectos fueron la basílica teresiana de Alba de Tormes, la catedral de la Almudena de Madrid, la de Vitoria y el templo expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona (futuro símbolo de la ciudad y gran recurso turístico), que no pudieron terminarse en su día, aunque algunos se finalizaron después. La Colegiata de Covadonga (futuro gran centro simbólico del nacionalismo español) sí se terminó y se inauguró en 1901.

El Sagrado Corazón de Getafe tenía una altura de 28 metros y pesaba casi 900 toneladas. La gente corriente estaba representada en el monumento por una pareja con un niño en los brazos: “es la familia humilde, que a semejanza de la de Nazaret acata resignadamente la voluntad de Dios”. El rey de España leyó él mismo la fórmula de la consagración de la nación al “Rey de Reyes y Señor de los que dominan”. La fórmula sugería a Nuestro Señor Jesucristo bendecir “a los pobres, a los obreros, a los proletarios, para que en la pacífica armonía de todas las clases sociales encuentren justicia y caridad que haga más suave su vida, más llevadero su trabajo .”

El padre Mateo Crawley se apartó del melifluo tono general cuando arengó a los fieles desde el púlpito de San Jerónimo el Real, unos días antes, con estas palabras: “¡Alerta, católicos españoles, que el enemigo está dentro de la plaza; el lobo está dentro del redil !” Crawley era el principal impulsor del proyecto del monumento, y se refería a los católicos militantes, que eran una poderosa fuerza política y social, aunque no estuvieran organizados de manera tan formal como sus enemigos.

Los católicos eran partidarios de una sociedad bien jerarquizada, que permitiera el encuadre exhaustivo del individuo en sucesivas células de control como el ejército, la empresa, el municipio, etc, pero la familia era la principal de todas ellas, seguida por la parroquia. Se estimaba correcto un ratio bajo de feligreses por párroco, en torno a 100. La media para España en 1936 era muy superior, de unos 500 habitantes por cada cura, y el reparto de sacerdotes era muy desigual. Al sur de la línea Barcelona – Cáceres el ratio era superior a mil, y al norte de dicha línea inferior a 400, con un núcleo en Navarra, País Vasco y norte de Castilla la Vieja donde no eran raros pueblos con menos de 50 almas por cada sacerdote.

Hacía más de un siglo que el clero era considerado como una red de opresión del pueblo, al que mantenía en la ignorancia y la superstición. Un verdadero sistema masivo de control mental, ejercido desde el púlpito y a través de redes sociales cautivas, como las de mujeres de más edad, llamadas despectivamente beatas, pero que bajo la dirección del sacerdote eran un grupo de presión formidable en muchos pueblos y ciudades.  Tampoco ayudaba que los curas cobrasen un sueldo del ministerio de Justicia y Culto. La República dejó de pagar a los curas, salvo a los de más edad, pero eso no impidió que siguieran estando en primera posición en la lista de enemigos del pueblo a aniquilar.

Durante la guerra se mató a más de 6.000 miembros del clero, aproximadamente un 10% de sus efectivos, es decir, un orden de magnitud por encima de las mortandad causada por la violencia organizada no asociada directamente a las operaciones militares en la retaguardia –la “represión”–, que fue de un 1% para el conjunto de España. Superponiendo el mapa de densidad sacerdotal, que iba de un cura por cada 30 feligreses en algunas zonas de Navarra a uno por 2.000 en algunas ciudades de Andalucía, se podía predecir donde sería más intenso el exterminio. En Barbastro (Huesca), mataron a todos los curas que pudieron encontrar, un 80% de todo el clero de la diócesis. La violencia iba dirigida contra los varones eclesiásticos principalmente. Coincidiendo con la pauta general, las mujeres fueron poco afectadas, aunque 250 monjas fueron asesinadas, un 4%. Matar a monjas fue un acto vesánico. Matar a curas varones era algo completamente distinto: a su condición de parásitos de la sociedad unían de la ser bestias lujuriosas, siempre acechantes de las mujeres e hijas de los trabajadores. La iglesia católica no admitía reforma o renovación alguna: debía ser borrada del mapa. Algunos sacerdotes no sólo fueron muertos, sino que además fueron castrados o mutilados de alguna manera.

 

[44] Ver himno oficial del acto en «Corazón de España:  Historia del Monumento del Cerro de los Ángeles (1900-1976)”, de P.J. Caballero, Madrid, Ed. Fe Católica, 1977, que incluye una lista de los centenares de Sagrados Corazones de Jesús que dominan las ciudades españolas desde elevados monumentos urbanos o cerros y altozanos en sus proximidades.

 

 

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