Partir en dos un país

noteneissalidaoctavillaPropaganda, ¿una nueva arma? (Coronel Morales, de Infantería) – Ejército, abril de 1940 – Ministerio de Defensa.

 

CEREGUMIL – Liberada Málaga de la tiranía marxista, e incorporada a la causa de la verdadera España, los laboratorios “Fernández y Canivell” de la citada capital, se complacen en poner en conocimiento del público que todas las farmacias de la capital y provincia de Córdoba, están surtidas de Ceregumil.

Azul (Córdoba), 15 de marzo de 1937

 

En julio de 1937 se volvió a conectar la línea desde el embalse del Esla (Saltos del Duero, en la frontera con Portugal) a Bilbao, de más de 400 km de longitud. Era la única autopista eléctrica de larga distancia que había en todo el país, y había sido cortada un año antes, en julio de 1936, como consecuencia de la guerra. Llevaba en funcionamiento apenas uno o dos años, aunque la construcción de la central hidroeléctrica requirió más tiempo.

El Poblado del Esla era propiedad de un holding formado por el Banco de Bilbao y General Electric. En él vivían los trabajadores y directivos de las obras del embalse del Esla (hoy Ricobayo) una gigantesca estructura de casi 100 metros de altura construida sobre la roca viva del lecho del río, que debía producir electricidad en una cantidad desconocida hasta entonces en España. A diferencia de la mayoría de los pueblos de España por entonces, el Poblado del Esla estaba electrificado, tenía agua corriente, alcantarillado, recogida de basuras y muchas más comodidades, incluyendo un economato, un cine y un dispensario con 16 camas de capacidad . Los jornales de los trabajadores del Esla multiplicaban por cinco los de los obreros del campo, o por diez el subsidio al paro agrícola que recibían algunos.

El dictador Primo de Rivera (en 1929), Alfonso XIII (en 1930) y el ministro de Obras Públicas Indalecio Prieto fueron algunos de los visitantes de la obra. Todos ellos pronunciaron discursos muy elogiosos. Prieto sintió verdadera envidia de lo que podía hacer el gran capital para acumular energía en un punto determinado, con rapidez y eficiencia. En el otro lado también estaban por la labor: Lenin, muchos años atrás, había popularizado el lema “el comunismo es igual al socialismo más la electricidad”. Como su antecesor como ministro de Fomento, Rafael Gasset, Indalecio Prieto sabía que su misión ministerial era ser la punta de lanza de la civilización de España. De regreso a Madrid, urgió a su taumaturgo hidráulico, Manuel Lorenzo Pardo, para que acelerara su plan de movilización general de todas las aguas de España. Era la vieja idea de un país repleto de embalses, fábricas y centrales eléctricas, surcado y conectado por una red de canales y tendidos eléctricos de alta tensión. Todo eso estaba muy lejos todavía en 1936.

En 1919, durante la huelga de La Canadiense (nombre popular de la Barcelona Traction & Power, la compañía eléctrica más importante de Barcelona) los trabajadores organizados por la CNT (que había sido creada en Barcelona en 1910) descubrieron que podían, literalmente, bajar la palanca y dejar la ciudad a oscuras de manera instantánea. Fue necesario traer soldados a toda prisa para sustituir a los huelguistas, y aun así la industria y la vida ciudadana de Barcelona quedaron semiparalizadas durante 44 días. Las huelgas en servicios esenciales de red demostraron ser muy dañinas. No recoger una cosecha o no producir algo en una fábrica es una cosa, pero paralizar las complejas redes de transportes y comunicaciones de las que dependía la crecientemente industrializada e interdependiente sociedad española era otra cosa.

La reanudación de la conexión eléctrica con la lejana Zamora ayudó a la industria bilbaína a recuperar su legendaria productividad tras su traspaso intacta a las manos de los nacionales. En noviembre de 1937 se reanudaron las expediciones regulares de carbón asturiano a Bilbao, que tantas dificultades habían tenido el año precedente por culpa de la marina nacional. Con sus importantes conexiones energéticas restauradas, la industria del metal bilbaína se puso a producir a toda máquina, entre otras cosas gran cantidad de armamento para el ejército nacional. Era una gran diferencia con la poca producción que pudo entregar durante el primer año de guerra, cuando formó parte de la república de Euzkadi ya que, cuando se dice que la República se quedó con toda la industria que había en España en 1936 se olvida que se quedó con los emplazamientos (la Ría de Bilbao, el Barcelonés), pero perdió gran parte de las conexiones que los hacían funcionar.

Durante el año de existencia de la República de Euzkadi, la ría de Bilbao se vio con grandes dificultades para mantener su producción. El mineral de hierro seguía allí, a pocos kilómetros de los altos hornos, pero el carbón asturiano que llegaba por mar, vital como energía y como materia prima para la fabricación de acero, apenas podía llegar a su destino por el bloqueo de la flota franquista. Como se vio, la recién inaugurada conexión eléctrica con las centrales de los Saltos de Duero también estaba cortada. El Gobierno vasco dedicó todos sus esfuerzos a mantener en funcionamiento el importante cordón umbilical que unía Vizcaya con la industria británica, enviándole hierro para obtener recursos con los que importar alimentos y armas. La cuestión de la comida era muy grave, pues en el reducido territorio de Bizcaia se hacinaba una densa población que no podía ni soñar con el autoabastecimiento. De manera que la potente industria bilbaína no le sirvió de nada a la resistencia republicana, fuera de alguna producción simbólica, como el mítico carro de combate Trubia-Naval.

Sucesivas leyes proteccionistas habían dado al carbón asturiano una gran preeminencia en el abastecimiento de energía comercial de España. En 1936, la mayoría de esta energía la suplía el carbón, con un 70% del total –el resto se repartía entre la hidroelectricidad y los derivados del petróleo. Y la gran mayoría del carbón nacional de calidad se sacaba de la Cuenca Minera de los ríos Nalón y Caudal, de manera que Asturias era la llave de la energía en España. Durante algo más de un año (Julio-1936/octubre-1937) permaneció en territorio republicano, sin provecho para nadie: se consiguieron hacer algunas expediciones a los grandes centros de consumo de Bilbao y Barcelona, pero la producción se hundió completamente en el verano de 1937. Parece ser que los ingenieros de minas locales desertaron en masa para pasarse a las filas facciosas.

La victoria segura del Glorioso Movimiento se puede ver por su progresión en el copo del carbón nacional: tras un comienzo modesto, con el 22% de la producción en sus manos gracias a las minas de las cuencas de León y Palencia ya desde julio de 1936, en octubre de ese año consiguió las minas de Bélmez (Córdoba), apenas un 3% más, y en octubre de 1937 la cuenca asturiana, con lo que dominó un robusto 90% de la producción total[144]. En la zona republicana quedaban Puertollano en Ciudad Real, bastante ocupado en abastecer Madrid, Andorra cerca de Teruel y las minas catalanas de lignito, que hicieron lo posible para surtir a Barcelona. Como una zona de tan alto consumo como la republicana se había quedado sin apenas carbón nacional, y este no de las mejores calidades –lignitos parduzcos, en lugar de la grasienta hulla asturiana, de color negro intenso- hubo que volver al mercado internacional, que funcionó bastante bien salvando al abastecimiento de energía de la zona republicana del colapso.

Las detalladas estadísticas de Catalana del Gas, la mayor empresa de gas ciudad de España, permiten ver como una empresa de abastecimiento urbano se enfrentó a la adversidad. Catalana abastecía de gas a millares de hogares y bastantes industrias, pero necesitaba carbón para fabricarlo. Cuando el suministro asturiano se cortó, recurrió al carbón británico, como era tradición pocas décadas antes, al alemán (aunque Alemania era aliada de los enemigos de Barcelona), al polaco, a los lignitos de Aragón y la propia Cataluña y, durante una temporada, al orujo de aceituna, un subproducto de la fabricación del aceite de oliva procedente probablemente de Jaén. El caso es que, dadas las circunstancias, la producción de gas ciudad -y con él una parte importante de la civilización en Barcelona– se mantuvo en unos niveles bastante aceptables durante toda la guerra[145].

En 1936 una red eléctrica centralizada y unificada en todo el país era un sueño a largo plazo de los ingenieros, pero los núcleos urbanos e industriales como Madrid, Barcelona o Bilbao ya dependían de redes de transporte eléctrico relativamente complejas y extensas.
La red eléctrica consistía principalmente en pequeñas redes locales desconectadas unas de otras, con dos excepciones: el gran ramal que llevaba fluido desde los Saltos del Duero hasta la industria bilbaína y la red que abastecía a la industria catalana a partir de los embalses del Pirineo. En 1936 las centrales urbanas de electricidad, que quemaban carbón en instalaciones situadas en el mismo centro de las ciudades, eran vistas cada vez como un anacronismo, aunque subsistían la central de la calle del Gobernador de Unión Eléctrica Madrileña,  (actualmente centro de arte avanzado de la Caixa de Catalunya), a solo un kilómetro de la Puerta del Sol y las tres chimeneas de la central de La Canadiense en el Paralelo de Barcelona. Millares de pequeñas centrales de carbón o hidroeléctricas abastecían a las poblaciones, lo que aseguraba un sistema tan descentralizado que resultaba casi invulnerable.

Por el contrario, el sistema extenso y relativamente centralizado de abastecimiento eléctrico de Barcelona demostró su vulnerabilidad, primero a los ataques aéreos a las centrales pirenaicas, que causaron pocos daños, y después cuando fueron ocupadas por las tropas nacionalistas en la primavera de 1938.  Barcelona quedó a oscuras, y la renqueante industria de guerra catalana (los SAF) recibió un duro golpe. Madrid recibía electricidad de varias centrales térmicas e hidráulicas situadas a distancia variable de la ciudad –la central urbana de UEM se dedicaba sobre todos a servir fluido eléctrico al ferrocarril metropolitano, vital para el funcionamiento de la ciudad y que reveló su gran utilidad como refugio antiaéreo. El avance de los nacionalistas terminó por reducir a la ciudad a depender casi en exclusiva de la central hidroeléctrica de Bolarque, en Almonacid de Zorita (Guadalajara), a unos 70 km de la ciudad. Zaragoza se abastecía de la central de Sástago, ocupada en los primeros días por los republicanos, con el objetivos declarado de dejar la ciudad a oscuras.

La red de abastecimiento de agua para la agricultura ya era grande e impresionante cuando estalló la guerra, cosa natural si se piensa que se llevaba trabajando en ella más de 2.000 años. No obstante, el único punto donde los canales y los embalses de riego quedaron divididos entre los dos estados en guerra fue en Aragón, en la cuenca del Ebro, que llevaba muchos años de proyectos hidráulicos extraordinariamente acelerados desde 1926, cuando se creó la Confederación Hidrológica del Ebro. Las fuerzas republicanas manipularon algunas compuertas y provocaron algunas inundaciones artificiales para obstaculizar el movimiento enemigo  en los primeros tiempos de la guerra. Pero fueron las crecidas provocadas del Ebro en julio de 1938, provocadas por los ingeneros nacionalistas para interrumpir el paso del río por los republicanos, el ejemplo más notable de empleo de las infraestructuras hidráulicas como armas de guerra.

Para las ciudades el abastecimiento local de agua, o al menos de corto radio, era la ley general en España en 1936. El sistema de abastecimiento de agua más sensacional del país era (y sigue siendo a comienzos del siglo XXI) la red de acopio y distribución de la ciudad de Madrid del canal de Isabel II, con su gran canal troncal de unos 70 km. de longitud que llevaba agua desde los embalses de la Sierra del Guadarrama hasta las puertas de la capital. Ninguna otra ciudad española (y pocas europeas) tenía nada parecido.

Además de las grandes líneas de distribución de agua o de energía comercial, había otras conexiones más sutiles que también se rompieron o se deformaron por la marcha de la guerra. La trashumancia era muy importante en España. La gente se movía al ritmo de las estaciones por toda Península y más allá, hasta todos los países limítrofes, en busca de trabajo a medida que las cosechas o la hierba entraban en sazón. Tradicionalmente, cuadrillas de gallegos bajaban al valle del Duero en verano para cosechar los trigos, cosa que se pudo seguir haciendo cuando los miembros de las cuadrillas no estaban sirviendo en la División de Galicia. Los murcianos solían subir a las huertas de Lérida y Castellón en otoño para la recogida de la cosecha de fruta, cosa que mal que bien continuó. La emigración temporal para la vendimia o la patata en La Rioja y la Ribera navarra, o para la recogida de la aceituna en Andalucía, se vieron cortadas. Las cañadas de ganado de la zona central, que arrancaban de los valles del sur de la Mancha y subían hasta Soria y Segovia también se vieron interrumpidas. La cañada Leonesa, que unía los pastos de invierno de Badajoz con los de verano en León quedó intacta, como gran parte de la cañada de Cuenca o de los Chorros, entre el valle de Alcudia y el Alto Tajo. Al comenzar la guerra en pleno verano, los varios millones de ovejas trashumantes se quedaron arriba, en los pastos frescos de las montañas del valle del Duero, lo que contribuyó a que aumentar el ya crecido porcentaje del ganado nacional que quedó en manos de los facciosos.

 

[144] Sebastián Coll Martín y Carles Sudrià i Triay: El carbón en España, 1770-1961. Una historia económica. Empresa Nacional Carbonifera del Sur (Grupo ENDES) –  Turner (1987).
[145] Josep M. Bricall, Política industrial de la república Española, en Economía y economistas en la guerra civil, Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores.

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