Obreros de España

obrerascolectividadopticaLa nueva reconstrucción social. Colectividad Óptica de Barcelona, máxima expresión constructiva de los trabajadores. Mi Revista, 19 de julio de 1937.

 

Obrero español:
Tu máxima PROTECCIÓN y GARANTÍA
solo puedes encontrarla en un ESTADO
FUERTE Y NACIONAL, porque éste, que
te tiene a tí por base, te necesita alegre,
fuerte y sano.

Heraldo de Zamora, 2 de septiembre de 1937

 

El 9 de marzo de 1938, durante los primeros días de la ruptura del frente republicano en Aragón,  entró en vigor el Fuero del Trabajo, que estaría en vigor hasta 1977. Su arquitectura estaba basada en Dios mismo por arriba, que impone al hombre el deber de trabajar (de donde se deduce el derecho al trabajo) y en el trabajador mismo por abajo, que podría disfrutar de una «duración de jornada humanitaria[153]»  y otras ventajas, como vacaciones pagadas y subsidios familiares. En medio se disponía el Estado, vigilante general del proceso laboral, y el empresario, representante del Estado en la empresa.
Dando cohesión a todo el edificio se creaban los sindicatos verticales, agrupaciones profesionales de empresarios, técnicos y obreros que aseguraban la superación definitiva de la lucha de clases y el retorno al espíritu familiar de los gremios medievales, cuando patronos y aprendices convivían felices bajo el mismo techo. En un editorial, El Pensamiento Alavés comparó favorablemente el Fuero del Trabajo con las Leyes de Indias, tal vez recordando como éstas combinaron la explotación colonial con el reconocimiento de la personalidad humana de los indígenas[154]. A efectos prácticos, el Glorioso Movimiento necesitaba organizar de alguna manera la vieja cuestión obrera, para lo cual fusiló la Carta del Lavoro fascista, permitió la reanudación de la Magistratura del Trabajo para mediar conflictos (siempre individuales) entre patronos y obreros y estableció una serie de derechos laborales pactando implícitamente con el mundo empresarial: el Estado respetaría la propiedad privada y el derecho del empresario a dirigir las empresas cual paterfamilias romano, y a cambio éste colaboraría en asuntos como las vacaciones pagadas, los subsidios familiares, el seguro obligatorio de enfermedad, etc. Así quedó resuelto el problema que calentaba la cabeza de los políticos españoles desde hacía más de medio siglo: la cuestión obrera.

El gobierno español había reconocido oficialmente la existencia de la nueva especie humana en 1883, al  año siguiente de la abolición de la esclavitud en Cuba. La pluma fácil de Segismundo Moret redactó la justificación del Real Decreto que creaba una Comisión[155] para estudiar a tan extraños y potencialmente peligrosos seres utilizando los mismos términos que se emplean para alertar de una nueva plaga[156]: “preocupación para todo Gobierno y alarma para la opinión pública.»

La preocupación y la alarma estaban justificadas. La variedad obrera de la especie humana estaba diseñada como una máquina herramienta. No necesitaba para nada los múltiples saberes que caracterizaban al labrador cultivador de un ecosistema agrícola complejo. El obrero llevaba a cabo tareas bien definidas y repetidas, desde manejar un telar mecánico a conducir un tranvía. Tenía que hacerlo durante 12 o 14 horas al día, todos los días de la semana salvo las fiestas de guardar, aunque más tarde la obligación del descanso dominical alivió algo la situación. El obrero necesitaba una atención constante del Gobierno, a diferencia de los campesinos, relativamente poco molestos por su dispersión en lejanas aldeas, fuera cual fuera la miseria de su vida, que reducía a algunos prácticamente a la condición de cazadores-recolectores en precario.

Los obreros, por el contrario, se “agolpaban” en las grandes ciudades. A comienzos del siglo XX, Barcelona ya contaba con una masa de más de 100.000 trabajadores industriales. El sistema de producción debía mantenerlos en buen estado para el trabajo, alimentados suficientemente, vestidos y alojados. Este objetivo constituía un gran quebradero de cabeza. En condiciones ideales, patronos comprensivos de industrias pujantes podían dar un razonable salario a sus obreros, lo que resolvía en principio el problema. Pero el obrero boyante con colocación fija y un buen jornal no era la norma. La miseria (llamada técnicamente “pauperismo”) estaba siempre a la vuelta de la esquina para muchos.

Se demostró que en la calle del Amparo o de la Chopa, habitadas principalmente por “jornaleros y desvalidos” la tasa de mortalidad era casi el doble que la cifra media de Madrid[157]. En general, los distritos obreros de Latina y La Inclusa eran lugares peligrosos para la salud, comparados con los de Centro y Buena Vista. Eran mundos extraños y amenazadores, a apenas un kilómetro de distancia de ricas calles comerciales como la carrera de San Jerónimo y la de Alcalá. En Barcelona los barris obreros parecían a enorme distancia del Eixample, mientras que en Bilbao el Nervión servía de frontera entre la rica margen derecha y la hirsuta margen izquierda de la ría.

Fruto del trabajo de la llamada ahora Comisión de reformas sociales fueron una ley que admitía que los accidentes de trabajo eran (al menos en parte) responsabilidad del patrono, y otra que establecía límites legales al trabajo de niños y mujeres, ambas de 1900. Tres años después la Comisión se convirtió en Instituto de Reformas Sociales (IRS), al que le esperaban 20 años de actividad, hasta su absorción por el Ministerio de Trabajo en 1924[158]. El IRS producía leyes, pero de un tipo novedoso en el país: por primera vez, el estado español produjo normas para regular las condiciones de vida ( o más bien orientar el estilo de vida) de sus ciudadanos.

La más sensacional de estas leyes fue la del Descanso dominical, de marzo de 1904. Declarar el domingo, día tradicional de descanso para la iglesia católica, como día oficial de descanso, prohibiendo el trabajo durante su transcurso, era lo de menos. Lo sensacional es que también se prohibía la apertura de las tabernas. La iniciativa partió del PSOE (fundado precisamente en una taberna madrileña 25 años atrás), en concreto del vocal obrero del IRS Francisco Largo Caballero.

El dirigente socialista pretendía atajar un problema que preocupaba mucho entonces: la estrecha relación entre el alcohol y la clase obrera. La UGT pretendía apartar a los trabajadores de la taberna y conducirlos a la biblioteca de la Casa del Pueblo, más o menos como los anarquistas (CNT desde 1910) querían llevarlos a recibir instrucción en los Ateneos Libertarios. Incluso la Iglesia creó algunos Círculos Obreros Católicos para dar solaz sano y moral a los  trabajadores.

A pesar de tan loables intentos, las tabernas siguieron abarrotadas. Estudios más profundos del IRS mostraron que la taberna cumplía muchos papeles en la vida de los trabajadores por cuenta ajena: club social, despacho de bebidas narcóticas, refugio contra la sordidez de la vivienda, centro de debates políticos y central de información. Los moralistas de derecha y de izquierda cargaron contra la taberna, redactando espesas descripciones de vicio y depravación cargadas de humo de tabaco y vociferaciones ebrias.

El movimiento antialcohol no alcanzó jamás en España la intensidad que adquirió en los países europeos noroccidentales. Los impuestos a la bebidas espirituosas siguieron siendo bajos en comparación, y los horarios y condiciones de expedición bastante más liberales. Pero en España, a comienzos del siglo XX, el problema alcohólico era sólo parte de una cuestión más general: ¿cómo apartar a la clase trabajadora de la degradación y de las perniciosas influencias de los propagandistas de la Revolución?

Aunque parezca extraño, la cerveza era una de las respuestas. El consumo de cerveza era en 1919 de sólo 1 litro por persona y año, pero para 1929 ya se había triplicado. En 1932, más de 40 fábricas se encargaban de abastecer el mercado, muy lejos ya de los tiempos en que sólo se podía encontrar en Madrid botellas de cerveza de importación en algunos hoteles caros. La cerveza era considerada en general un mal menor para la clase obrera en comparación con el demoníaco aguardiente. Era necesario tomar gran cantidad para que se notaran sus efectos, y contenía una cantidad de sustancias nutritivas no despreciable. Francia era la meta a alcanzar: 146 litros de vino al año por habitante y nada menos que 42 litros de cerveza [159].

El árbol de la Navidad de 1919, dibujado por Sileno para la revista Blanco y Negro, incluyó a la manera de regalos colgados del árbol un muestrario de las preocupaciones de la gente de orden que incluye el “terrorismo”, el “catalanismo” y el “sindicalismo”. Los círculos obreros católicos, por el contrario, estaban bien vistos. La fiesta del reparto de premios a los obreros católicos, celabrada seis meses después en el salón de actos de la Residencia de damas Catequistas, con asistencia de la Real Familia, es glosada por el cronista de Blanco y Negro en estos términos: «… dio […] imponderable relieve [a la fiesta] la participación del elemento obrero, al que se festejaba en premio de su santo amor al estudio, al trabajo, a la hombría de bien[160]…»

Este era el tipo de obrero deseado. El término sindicalista se refería al obrero afiliado a organizaciones como UGT o, mucho peor todavía, el demonio en persona, la CNT. Durante años, ambas organizaciones había presionado para mejorar la vida de los trabajadores (más la UGT que la CNT, más partidaria de la vía rápida), y se habían apuntado algunos tantos.

En 1919 tuvo lugar la implantación  del Retiro Obrero (primer seguro social obligatorio), la jornada máxima laboral de ocho horas y la creación de una Caja de seguro obligatorio de maternidad (1919). La Previsión social comenzó a extender sus tentáculos, a la manera de una red que protegería al trabajador desde su nacimiento hasta su muerte. Era una red enormemente complicada de organizar, financiar y hacer funcionar, y que requería además un nuevo tipo de trabajador: el obrero ahorrador.

El antiguo nombre de Previsión (social) tenía un significado distinto del actual Seguridad (social). La previsión era una característica fundamental del nuevo tipo de trabajador español que se pretendía forjar. Existían obreros cigarra y obreros hormiga: «El obrero previsor que rehuye penetrar en centros de inmoralidad, donde la tentación pudiera echar por tierra su cálculo de ahorro o que invierte éste en seguro contra el riesgo de invalidez o vejez, debe merecer ante nosotros mayor estima y también de mayor crédito que el que, sin afición al trabajo, procura vivir al día, confiando siempre en que cuando llegue la hora de su inutilidad alguien se encargará de mantenerlo[161].»

Las bases de trabajo presentadas en mayo de 1936 por los obreros de la construcción de Madrid, UGT y CNT en comandita, horrorizaron a los patronos. Las bases elevaban los sueldos, establecían mejores condiciones de trabajo y aseguraban derechos al trabajador ante cualquier contingencia de  la vida, desde el parto de su compañera hasta su detención por la policía en el curso de la actividad sindical. Eran el resultado del temor ancestral de los patronos: una «fuerza obrera organizada». La asamblea de contratistas de obras públicas reunida por esas fechas acordó elevar al ministro de Obras Públicas una serie de peticiones que se resumían en la primera: «Restablecimiento del principio de autoridad, de orden público y de disciplina social[162]».

Después del golpe militar de julio de 1936, los obreros tuvieron que cumplir papeles muy diferentes en los dos Estados en guerra. En la zona nacional, los obreros eran una parte relativamente pequeña de la población, y peligrosa por demás. La respuesta inicial fue bombardear y disolver en cualquier lugar en que se encontraran esas concentraciones obreras. “Núcleos de obreros que se habían visto durante el día y al parecer huidos, atacaron el Puesto de la Guardia Civil de Nueva Puebla” dice el parte del capitán de carabineros de Puebla de Sanabria en los primeros días del Alzamiento, empleando un lenguaje que recuerda el de la guerra contra los apaches chiricahuas en el sur de Estados Unidos. La respuesta fue enviar aviones: “[los grupos de obreros] a las primeras bombas, que les causaron muchas bajas, quitaron la bandera roja e izaron una blanca[163]”.

Una vez pacificadas, el Estado nacional inició un tímido programa de captación de las masas obreras a base de micro-iniciativas de seguridad social, que más tarde el franquismo expandió y robusteció. La misma palabra “obrero” fue muy usada en la zona nacional hasta 1938, en que fue empezando a ser considerada malsonante. Más tarde se usó mucho en su lugar la de “productor”.

En la zona republicana los obreros eran un porcentaje mucho mayor de la población, que pronto englobó prácticamente a su totalidad, pues muchos trabajadores abandonaron la antigua denominación de su oficio para pasar a llamarse de manera más o menos retórica obreros de la enseñanza, obreras del hogar, obreros del campo, obreros de la pluma, y así. Toda clase de instituciones incluían la palabra obrero entre sus siglas, y en teoría el sistema de salarios y prestaciones sociales en caso de enfermedad o paro era completo y abundante. Las antiguas preocupaciones sobre la necesidad de alejar a los trabajadores del vicio se pusieron en práctica por parte de la CNT y la UGT con entusiasmo –la CNT prohibió la venta de alcohol en Barcelona el mismo 21 de julio de 1936[164]–, aunque al final la penuria de la guerra en la zona republicana aniquiló las conquistas sociales e hizo popular otra vez el alcohol como amortiguador de la miseria.

 

 

[153] Rafael de la Paz, El Pensamiento Alavés, 12 de marzo de 1938.
[154] El Pensamiento Alavés, 11 de marzo de 1938.
[155] 1883 (RD de 5 de diciembre), de creación de una Comisión con objeto de estudiar todas las cuestiones que directamente interesan a la mejora o bienestar de las clases obreras, tanto agrícolas como industriales, y que afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo.
[156] Antonio CHOZAS BERMUDEZ: Cien Años del Instituto de las Reformas Sociales. Foro de Seguridad Social, Revista nº 11, Marzo (2004).
[157] En un trabajo de Enrique Serrano Fatigati, que había publicado en 1883 un libro con el significativo título de Alimentos adulterados y defunciones. Apuntes para el estudio de la vida obrera en España, y que trabajó para la Comisión posteriormente.
[158] Antonio Buj Buj: La cuestión urbana en los informes de la comisión de reformas sociales. Reproducido de: Horacio Capel, José Mª López Piñero y José Pardo (coords.): Ciencia e ideología en la Ciudad (II). I Coloquio Interdepartamental. Valencia, 1991, Valencia, Generalitat Valenciana/Conselleria d’Obres Públiques, Urbanisme i Transports, (1994)
[159] ANTONIO DE MIGUEL: El potencial económico de España. Gráfica Administrativa- Madrid. -. (1935)
[160] ANGEL Mª CASTELL: Apuntes de la semana. – . Blanco y Negro-27 de junio. (1920)
[161] MANUEL MALLÉN: El Seguro y el crédito. – . El Financiero-. (1923)
[162] El Eco Patronal, mayo de 1936.
[163] Heraldo de Zamora, 22 de julio de 1936
[164] Chris Ealham: La lucha por Barcelona. Alianza Editorial (2005).

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