Jándalos y montañeses

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5. Andalucía y Cantabria

Si miramos de cerca el escudo de Cantabria veremos en su mitad superior una animada escena de guerra, una viñeta de comic representando un navío partiendo unas cadenas sobre las ondas, al pie de una torre. Su interpretación es la siguiente: el barco es de la marina castellana, es decir cántabra, las cadenas las que cerraban el Guadalquivir donde hoy está el puente de Triana y la torre es la Torre del Oro, el edificio más célebre de Sevilla.

El famoso asunto ocurrió el 3 de mayo de 1248. Docena y media de naves reclutadas en su mayoría en las Cuatro Villas marineras de Cantabria (San Vicente de la Barquera, Laredo, Santander y Castro Urdiales), tras un viaje de mil millas, llegaron a la boca del Guadalquivir, derrotaron a la pequeña flota mora que se les opuso y comenzaron a remontar el río, en paralelo a las fuerzas de tierra del rey castellano, Fernando III (El Santo).
El momento decisivo, un golpe táctico demoledor para la moral del enemigo, fue la rotura del puente barrera de Triana, que dio libre acceso a los barcos castellanos a toda la ciudad desde el río. Parece ser que Ramón de Bonifaz, el almirante castellano, ordenó preparar dos de sus barcos más pesados con una especie de ariete cortante hecho con tablas sobre la proa. Con marea alta y la sola fuerza del viento, los barcos embistieron el puente de cadenas y lo rompieron. Los moros comprendieron que se les había acabado la suerte y Sevilla cayó bajo el dominio castellano-cristiano, al menos oficialmente, hasta hoy.
Las cadenas fueron llevadas a la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Laredo y ahí están todavía, colgando de la bóveda central, según asegura la Guía Repsol. Seguramente son una réplica, pues las originales debían pesar bastantes toneladas para cruzar y cerrar un río tan ancho como el Guadalquivir.
Son las segundas cadenas arrebatadas a los moros más famosas de la Reconquista (sic), después de las que cerraban el paso a la tienda del califa Miramamolín que Sancho el Fuerte cortó en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) y que se llevó a su reino. Miramamolín es una deformación algo burlesca del título oficial del califa Muhammad An-Nasir, Amir al-Mu’minin, el Comendador de los creyentes o líder supremo religioso; es el mismo título que lleva hoy en día el rey de Marruecos, Mohammed VI. Según Richard Ford, las cadenas fueron destruidas durante la francesada, o puede que todavía estén ocultas en alguna iglesia de Navarra. Mucho antes Almanzor se había llevado a Córdoba las campanas de la catedral de Santiago. Así iban y venían los trofeos, algunos realmente pesados, por toda la península Ibérica y siguen yendo y viniendo, como prueba el asunto del Guernica de Picasso o el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca.
Dejando de lado las hazañas bélicas, hay otra conexión notable entre ambas regiones, la parte andaluza de Al-Andalus y La Montaña. Igual que en Buenos Aires “gallego” era sinónimo de “tendero”, parece ser que en andaluz, “montañés” era sinónimo de “tabernero”, de ahí la proverbial “tienda del montañés” en Sevilla, que solía ser un colmado, algunos de los cuales son hoy bares de postín. El sainete y teatro para títeres “La tienda del montañés” se hizo muy famoso a mediados del siglo XIX. Incluía la representación de una corrida de toros. También hubo mucha gente de Santander en la bahía de Cádiz, metidos en asuntos comerciales-marítimos.
El señoritismo es otra de la cosas en común de ambas regiones. El señorito cántabro se ufana de vivir o pasar las vacaciones en La Montaña como el señorito andaluz se enorgullece de su finca ganadera repleta de subvenciones de Bruselas.
Y aún queda hablar del jándalo o jándala. Según la RAE, la palabra viene de andaluz, “pronunciado burlescamente”, y se dice de los andaluces por su pronunciación gutural. En Cantabria, es la persona que ha emigrado a Andalucía y regresa a su tierra. José María de Pereda hizo alguna descripción de los jándalos de regreso a su tierra natal, a lomos de mula con campanillas, chaquetilla corta con alamares y un acento supuestamente andaluz que horrorizaba a sus paisanos. Hay un libro sobre este asunto, Jándalos, arte y sociedad entre Cantabria y Andalucía, de Consuelo Soldevilla Oria.

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