El orden natural de la civilización

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102. Cataluña y Extremadura

“Es bien sabido que el orden natural de la civilización de los pueblos es el de pasar por el estado de pastores al de agricultores, y de este al de industriosos” –dijo el señor Vila en la sesión del 24 de enero de 1837 de las Cortes Constituyentes de la nación española. Los diputados se reunían por entonces en la iglesia del convento del Espíritu Santo, en la Carrera de San Jerónimo. El local no reunía condiciones (pocos años después fue derribado y en su lugar se levantó el actual edificio del Congreso de los Diputados) pero sus señorías se empleaban a fondo en la defensa de los intereses nacionales, o mejor dicho de las diferentes partes de la nación. En este caso se trataba de la antigua e intrincada cuestión de la relación contenciosa entre los corchos extremeños y los corchos (suros) catalanes, en concreto de si se debía aplastar o no a la incipiente industria corchera extremeña con un impuesto de doce reales en quintal. “Trátase de proteger la agricultura estremeña en contra de la industria catalana” siguió el sr. Vila, en pleno ataque de corcho-victimismo, y remata: “espero que [las Cortes] no preferirán el proteger la agricultura en perjuicio de la industria, premiar la pereza en perjuicio de la aplicación; no querrán hacer retroceder las provincias más adelantadas de España para ponerlas al nivel de las que no han podido todavía alcanzarlas, ni de volver al segundo grado de civilización las que han pasado ya al tercero”. El señor Gómez Becerra entró al trapo de las alusiones a la lasitud extremeña que había hecho el señor Vila: “Por qué es perezosa Extremadura? Porque no ha tenido industria, fábricas ni otros establecimientos de esta clase. ¿Y cual ha sido la causa?” El sr. Gómez Becerra enumera a continuación los culpables del subdesarrollo extremeño: poca población, los señoríos y las órdenes militares, el gravamen de la mesta, etc.
Casi dos siglos después, las posiciones no han variado. Hay 1.000 kilómetros de distancia entre Barcelona y Badajoz, pocos emigrantes extremeños en Cataluña (unos 125.000) y un pleito fiscal de los buenos. Ya no se habla de grados de civilización, sino de pasta, parné y gallofa.
Algunos catalanes creen que ellos trabajan mucho para que los extremeños puedan vivir sin trabajar (algunos alemanes creen lo mismo, pero cambiando los extremeños por los españoles en general). Muy rica es la literatura competencial Extremadura-Cataluña, por boca de políticos locales de una u otra comunidad. El argumento catalán, en general, es que ellos pagan impuestos en exceso y el dinero se va a Extremadura a subvencionar la vagancia, en vez de quedarse en Cataluña. Hay declaraciones en este sentido a montones, emitidas por toda clase de políticos de la catalanidad de diferente rango en diferentes medios, con imágenes poderosas, por ejemplo: los niños extremeños, limpios y bien vestidos, encaran un rosado futuro educativo con un iPad bajo el brazo mientras que los niños de los Países Catalanes, menesterosos y famélicos, se encaminan hacia hacia el fracaso escolar con una caja de pinturas de madera y un cuaderno. Esto lo dijo Miquel Ensenyat, president del Consell de Mallorca.
Los políticos extremeños contraatacaban con poca garra, echando mano a la demagogia de la convergencia en riqueza de los hombres y las tierras de España, un concepto claramente falangista. Y también de los 250.000 extremeños (en realidad fueron la mitad) que emigraron a Cataluña y se dejaron allí la piel trabajando. El AVE en Extremadura levantó pasiones. Desde Barcelona se planteó lisa y llanamente si los extremeños tenían derecho a un medio de transporte tan caro, sofisticado y europeo. Por fin hubo que explicar que se trataba del AVE Madrid-Lisboa, que no tenía más remedio que pasar por Badajoz.
Recientemente la gresca Cataluña – Extremadura se ha animado mucho. Los antiguos cálculos según los cuales un río de dinero fluía desde la esquina noreste hacia la esquina suroeste del país fueron puestos en duda y por fin, cuando la crisis convirtió a Cataluña en una región indigente, aniquilados completamente. Así el supremo líder extremeño pudo proclamar, triunfante, que Extremadura pagaba y Cataluña pedía, invirtiendo completamente los papeles. Y así, a golpe de balanzas fiscales y gracietas racistas, discurre el día a día de la relación entre estos dos históricos territorios que forman, juntos, la Tierra de los Alcornoques, como se puede comproban echando una ojeada al mapa de distribución peninsular del Quercus suber.
La primera industria corchera extremeña se levantó en Alburquerque, en 1838. Los industriales catalanes del corcho fueron a Extremadura en busca de materia prima, que comenzaba a escasear en su provincia, y luego se construyeron las fábricas. Como dice Francisco Manuel Parejo, en una entrevista que le hizo Javier M. Romagueras en su blog Catalana con jamón, “se puede afirmar rotundamente que por la industria corchera extremeña corre sangre catalana”.

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