Peligro, civilizaciones

Del Atlas de Geografía Universal de Salvador Salinas Bellver (1942), cuando los paganos ocupaban gran parte del planeta.

Ninguna indagación de la jerarquía universal de calidad humana puede pasar por alto la importante contribución de Samuel P. Huntington (1927-2008), expresada en su libro de gran éxito El choque de las civilizaciones. Este libro viene a decir que el mundo está dividido en algo más de media docena de civilizaciones –occidental cristiana, ortodoxa, sínica, japonesa, hindú e islámica son las seis las más conspicuas y tal vez existan la latinoamericana, budista y africana. Huntington piensa que el principal factor a tener en cuenta en la evolución del mundo es el desarrollo paralelo de estas civilizaciones, incluyendo los choques entre ellas que inevitablemente tendrán lugar.

La pertenencia a una civilización es para toda la vida, e implica una serie de atributos que determinan pesadamente el aspecto de lo que se suele llamar cultura y sociedad. Las civilizaciones suelen incluir varios estados y fragmentos de estados –caso de la antigua Yugoslavia, donde coincidían la occidental cristiana, ortodoxa e islámica– y, aquí viene lo bueno, son absolutamente incompatibles entre sí. A medida que una civilización crece en poder “duro” , económico y militar, también crecerá su influencia “blanda”, cultural y memética por así decir. Una civilización puede crecer en poder simplemente por aumento del número de efectivos humanos. Huntington dedica varias y ominosas páginas al rápido incremento del grupo de edad entre los 16 y los 30 años en los países de civilización islámica: semillero de terroristas y futura fuente de conflictos. Por el contrario, ese mismo grupo de edad en la civilización cristiana occidental (CRISOC) es un bien escaso y preciado.

La teoría de los bloques de civilización unitarios, homogéneos y encillazados unos con otros, es una versión moderna de las teorías de choques de razas que se reparten el mundo. Huntington piensa –y con él, más o menos off the record, muchos líderes políticos CRISOC– que la civilización es más fuerte que todo lo demás. Un “islámico”, por ejemplo, lo es en lo más profundo de su ser, aparte de circunstancias sociales que se consideran como un ligero barniz. Un CRISOC lo es igualmente aunque sea español… y del sur. Es mucho más lo que une a españoles y daneses que lo que los separa, mientras que los españoles y sus vecinos marroquíes son claramente incompatibles y están destinados, en vista del rápido crecimiento de la población marroquí, a entrar en fatal conflicto.

Ya no importa que tal o cual persona sea lista o tonta, rica y pobre: lo principal que debemos saber de ella, y lo que determinará nuestra conducta para con ella, es la civilización a que pertenece. Lo más asombroso es que esta manera de pensar incluye una llamada explícita a mantener unidas y lo más puras posibles a las civilizaciones, y excluye tajantemente cualquier posibilidad de mezcla o inclusión de elementos de una civilización en el cuerpo de otra. Siendo todas las civilizaciones más o menos milenarias, la teoría en conjunto constituye un robusto cepo mental del que imposible escapar: las naciones, después de todo, pueden surgir, desaparecer, escindirse o agruparse, pero las civilizaciones, para nuestra escala de tiempo, siempre han estado ahí y siempre estarán ahí.

Las civilizaciones forman una variante de la jerarquía universal de calidad humana en “grandes escalones”. Aunque se diga que todas están más o menos en plan de igualdad, compitiendo por el mundo, lo cierto es cada una de ellas es clasificada de acuerdo con la presencia o ausencia de una serie de atributos, a saber: libertades públicas, democracia, imperio de la ley, respaldo a la confianza en los negocios, subordinación del poder temporal al religioso, intolerancia, opresión de la mujer, sentido comunitario de la vida, sumisión a las jerarquías, etc. Es evidente que algunas parecen buenas y otras malas, y que CRISOC tiene más o menos +8 puntos, mientras que la gran bestia negra en el conjunto de las civilizaciones, es decir, el Islam, anda por los –8.

Lo interesante es que se trata verdaderamente de oposiciones radicales: no es cuestión de decir que CRISOC ha conseguido un 80% de desarrollo del respeto a los derechos humanos, mientras que el Islam, dicho así, sin distinguir países ni casos concretos, está en un modesto 23% en la misma escala, sino que las escalas son distintas: “Occidente respeta los derechos humanos, mientras que los derechos humanos no significan nada para la cultura islámica”. Con este tipo de virus mentales flotando en el aire, ¿cómo serán las negociaciones entre países o bloques de países CRISOC y sus homólogos del Islam?.

Otro ejemplo habitual: la corrupción, una desgraciada excepción entre los países CRISOC, es la norma en Latinoamérica, pues está profundamente enraizada en su cultura. De manera que los presidentes mexicanos no deben limitarse a mejorar la economía, luchar contra las tramas corruptas del PRI y de antes y después del PRI y acabar con la violencia del narco, sino que deben intentar nada menos que culminar el proceso de desplazamiento de México entero desde el atolladero que supone la civilización latinoamericana hasta las fértiles praderas de la civilización occidental cristiana en su versión en Estados Unidos, proceso que todo presidente mexicano está obligado a intentar sin éxito desde los tiempos de Venustiano Carranza. De la misma forma, el Muro de México que el presidente D. J. Trump quiere levantar en la frontera sur de Estados Unidos no es una simple vesania, sino una versión moderna de la muralla china, un limes para mantener a salvo la civilización occidental cristiana, versión norteamericana, de la marea de la pseudocivilización averiada de Latinoamérica.

El mismo caso del Reino de España adquiere así dimensiones más colosales todavía: ¿acaso la Transición y la Entrada en la Unión Europea (1978-1986) no fueron, bien miradas, más que el salto olímpico de un país decidido a abandonar para siempre la tierra de nadie entre el cenagal iberoafroamericano y Europa para insertarse de pleno y para siempre en la civilización occidental? (Lo de cristiana se supone que ya venía por añadidura). El suspiro de alivio de Cataluña, que se sabía Europea Occidental desde hacía siglos, se escuchó en toda la Península. Tuvo que llegar la gran crisis de 2007 para que la mitad de la población de Cataluña volviera a pensar que estaban viviendo en una civilización que no les correspondía, y de la debían irse a toda prisa para “volver a Europa”. En Euskadi entrar en Europa o en Marte no le pareció importante a nadie, lo que nos lleva a la conclusión lógica de que Euskal Herria constituye una civilización por sí misma, lo que desde luego explicaría muchas cosas.

De manera que los conflictos intracivilizaciones son peccata minuta, “guerras civiles” apenas, como la guerra de Reino Unido, Francia y Estados Unidos contra Alemania en las dos últimas guerras mundiales, mientras que, siguiendo esta línea de pensamiento, la guerra entre Alemania y Austria-Hungría contra Rusia y luego la del Tercer Imperio Nazi Alemán contra la Unión Soviética sí fue una guerra de verdad, un choque entre la civilización Cristiana Occidental y la civilización Ortodoxa (en el caso del conflicto Tercer Reich vs. Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, parece un poco forzado). Lo mismo se podrá decir del conflicto del Ulster, poca cosa a los ojos de la teoría de las civilizaciones –a no ser que Irlanda por sí misma, cosa muy plausible, sea una civilización). Por el contrario, las guerras que destrozaron Yugoslavia en la década de 1990 fueron el choque brutal entre la civilización ortodoxa y la cristiana, con el factor islámico añadiendo leña al fuego. El nacionalismo croata llevaba siglos hablando del papel de Croacia como bastión del occidente cristiano frente a los servios, considerados como los híbridos balcánicos y orientales de eslavos y turcos.

La teoría de los bloques de civilización ofrece puntos de vista épicos sobre buena parte de la política internacional: los asentamientos israelíes en territorio de la autoridad nacional palestina, por ejemplo, no serían fruto de una política ciega e irresponsable del gobierno de Israel, sino más bien una valiente actitud de plantar cara y no retroceder ni un milímetro por parte de una cultura ”cristiano occidental honoraria” frente a la marea islámica. Y así sucesivamente.

En 1998 el presidente iraní M. Jatamí lanzó la idea de un Diálogo de Civilizaciones, que poco después el presidente español J.L.R. Zapatero, del partido socialista, convirtió en Alianza de Civilizaciones, con intención de crear una especie de piscina común de empatía entre las dispares culturas y formas de vivir del mundo. La Alianza se ha arrastrado anémicamente desde entonces. Lo más interesante es la actitud del partido derechista hegemónico español por entonces (Partido Popular), que ridiculizó y atacó la idea de todas las maneras posibles. El resumen de su argumentación es que la única civilización verdadera es la occidental cristiana, y que más que dialogar, el resto de las civilizaciones deben transformarse a su imagen y semejanza.

Recientemente, la llegada al poder o a sus cercanías de partidos nacionalistas fundamentalistas en Europa (M. Le Pen en Francia, M. Salvini en Italia, V. Orban en Hungría y alguno más) muestra que la doctrina del choque de civilizaciones goza de muy buena salud. La inmigración, que es el gran motor electoral de estos partidos, no se ve como una gran cuestión a manejar y de la que sacar provecho común, sino como la pavorosa amenaza de instalar una quinta columna de civilizaciones enemigas en el corazón de Europa, especialmente la inmigración de países islámicos. Incluso en España, que parecía inmunizada contra estos desvaríos por su precaria situación justo al borde de la civilización occidental cristiana, demasiado cerca de África y de Latinoamérica, empiezan a emerger este tipo de partidos, que aceptan a regañadientes la emigración de cristianos de Sudamérica, pero rechazan de plano recibir a emigrantes de la otra orilla del Mediterráneo. Solo Portugal, que recuerda mejor su historia, parece conservar la cordura a este respecto.

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