Azar y necesidad: cómo se delimitó el territorio de los dos Estados


Los frentes sucesivos de la guerra delimitan el estado republicano y el nacional.

 

… Navarra y Palencia por ejemplo, que salieron de la prueba caldaria de las elecciones de febrero de 1936 dando el asombroso ejemplo de no permitir la elección de un solo diputado del Frente Popular,…

El Progreso de Lugo, 2 de septiembre de 1937

 

 

El Ministerio de la Gobernación de la Puerta del Sol de Madrid no tenía un panel electrónico de situación, por lo que hubo que apañarse a base de colocar chinchetas de colores sobre el mapa de España. El día 20 de julio ya se tenía una idea bastante clara de la partición entre nacionales y republicanos del territorio del Estado español, y no fue ninguna sorpresa.

La probabilidad de que una provincia quedara de un lado o de otro en la primera y crucial fase de la guerra se pudo calcular a posteriori con bastante facilidad simplemente teniendo en cuenta la densidad de diputados del Frente Popular. Más de un diputado frentepopulista por 3.000 km2 significaba que la provincia quedaría del lado de la República. Las dos zonas así dibujadas se parecen mucho a las que quedaron tras los primeros días de la guerra (sin contar los enclaves).

Las únicas excepciones son las dos provincias gallegas costeras industriales, Coruña y Pontevedra, que sucumbieron a la presión nacionalista, y las cuatro provincias manchegas (Toledo, Cuenca, Albacete y Ciudad Real), que quedaron incluidas en la masa territorial republicana entre Madrid, el sur y Levante. Así, la triunfante sublevación en Albacete fue reducida con rapidez. Algo parecido ocurrió, a la inversa, en Santander, empaquetado  entre Asturias y Euzkadi.

Así el núcleo duro del territorio nacional, aquel donde predominaba la cultura nacionalista española con fuerte influencia católica, quedó bien definido tras tres o cuatro días. Era más o menos la mitad norte del interior, la meseta y las montañas alejadas del mar.

A los militares sublevados les costó mucho ocupar la costa. La única zona extensa de litoral en sus manos claramente desde los primeros momentos fue la recortada costa gallega, y aun asi Vigo y la Coruña dieron muchos problemas hasta que fueron definitivamente dominadas. En el Sur, Cádiz fue dominada gracias al rápido envío de unidades militares desde Africa. El Estrecho de Gibraltar sólo mide 16 km, y la la ruta marítima Ceuta-Cádiz unos 90 km. Estas dos reducidas franjas costeras se ampliaron más adelante gracias a la ocupación de Huelva, pero todavía varias semanas después del Alzamiento el 80% de la fachada marítima española estaba en poder de la República.

Había buenas razones para ello. La costa estaba más poblada y más industrializada. Las grandes ciudades y los lugares donde se concentraban los obreros eran malos lugares para el triunfo del golpe militar. Había otra razón más general: la costa era la piel del país, el lugar por donde las influencias del extranjero penetraban antes y se asentaban antes de iniciar su camino hacia el interior. Esto quería decir que las provincias costeras, generalmente además más ricas que las del interior, eran las primeras que se infectaban de las ideas disolventes y de las costumbres modernas, es decir, de todo aquello que representaba, más o menos confusamente, la República.

Dos importantes elementos geográficos, el valle del Guadalquivir y el valle del Ebro, fueron dominados por los nacionales desde el primer momento gracias a la captura de sus dos principales capitales, Sevilla y Zaragoza. Pero ambas grandes regiones agrícolas, medianamente rica la aragonesa y muy rica la andaluza, eran territorio hostil. La Ribera de Navarra, por ejemplo, era la única zona con predominio izquierdista de toda la Comunidad Foral, y algo parecido ocurría en las grandes poblaciones riojanas de las riberas del río. En el valle del Guadalquivir el avance de los nacionales se detuvo a media provincia de Córdoba, y en el valle del Ebro pocos kilómetros al este de Zaragoza.

El terreno donde la sublevación militar se desenvolvió más a sus anchas fue la gran Meseta central. Aquí no había grandes ciudades ni altas densidades de población, sino anchas extensiones de campos cultivados, pastos y montes organizados por un sistema de pequeñas ciudades y pueblos, más pequeños en la meseta norte que en la sur. Con una densidad de población de unos 20 habitantes por kilómetro cuadrado (la de la costa mediterránea era 10 veces superior) resultaba un entorno ideal para ser dominado por pequeñas fuerzas militares. Si el terreno no resultaba muy abrupto, era fácil moverse rápidamente de un pequeño núcleo de población a otro empleando algunos vehículos a motor.

La montaña presentaba otro tipo de dificultades. Sirvió como fortaleza natural de la zona republicana del norte, y la desesperada resistencia de Asturias en octubre de 1937 se explica en parte porque la llegada del invierno habría vuelto impracticables los pasos desde el valle del Duero. La línea de cumbres de la Sierra del Guadarrama funcionó como la última escarpa defensiva de Madrid, lo que resultó vital para la supervivencia de la capital, al incluir la zona así protegida todas sus reservas de agua. La serranía de Albarracín era prácticamente tierra de nadie, por la gran dificultad de hacer llegar hasta un territorio tan fragoso y con tan pocas carreteras ninguna fuerza militar importante. Esto mismo se puede aplicar en general a las tierras altas del Sistema Ibérico. Cuando se quiso dar la batalla en esta región de clima tan duro, y en lo más crudo del invierno, el resultado fue una terrible epidemia de congelaciones entre los soldados, hasta el punto de dar lugar a un nuevo término médico: el «pie de Teruel».

Interpretado a muy grandes rasgos, el territorio republicano tenía la forma de una gran C invertida , formando un gran arco de círculo que comenzaba en Asturias, seguía por la cornisa cantábrica, salvaba el hiato navarro, bordeaba los Pirineos y continuaba por la costa mediterránea hasta Málaga. Cataluña consiguió detener la invasión facciosa en el valle del Ebro, y el Alto Guadalquivir consiguió en cierta medida frenar el avance nacional desde el Bajo Guadalquivir. Pero la meseta Norte había caído fácilmente en sus manos, y la Sur habría seguido su camino si no hubiera existido la poderosa influencia de Madrid, que pudo retener gran porción de territorio en su área de influencia, incluyendo Guadalajara y Albacete. Madrid funcionó así como un dique situado en la dirección de ataque nacionalista, que procedía del norte y del oeste, y consiguió así retener para la República un gran pedazo de territorio a sus espaldas, entre la capital y el litoral mediterráneo.

Conseguir una masa territorial suficiente era fundamental para la supervivencia de cualquiera de los dos estados que se formaron tras el golpe-guerra de julio de 1936. Los sublevados tuvieron gran éxito al dominar muy pronto un territorio muy amplio, partiendo de sus zonas fuertes en la Navarra media y el valle del Duero, y convirtiendo sus fortines aislados en territorio enemigo en Andalucía en centros de dominio territorial que se unieron entre sí con prontitud. El territorio nacional tenía la gran ventaja además de ser continuo, mientras que el republicano estaba dividido dos zonas de extensión y viabilidad muy desigual, y con difíciles comunicaciones entre ellas. Había menos de 200 km. a vuelo de pájaro entre el frente aragonés de Huesca y el frente vasco, pero la distancia real era de 3.000 km. Una persona o una mercancía que quisiera ir desde Huesca a Vizcaya tenía que hacer ese recorrido, en su mayor parte navegando por un mar recorrido por los cruceros nacionalistas y los submarinos italianos.

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