Alemania, 1933-1945: la biología en el poder

 

Adolf Wissel: Kalenberg Bauernfamilie (1939). Museo de historia alemana de Berlín.

En 1933 el NSDAP alcanzaba el poder en Alemania. Fue la primera vez que la Biología Racial (Rassenbiologie) determinaba de raíz la política de un país, aunque algunos estados de los Estados Unidos y Suecia estuvieron cerca en la década de 1920 y 1930. La siguiente vez fue en Sudáfrica, en 1948, cuando el Partido Nacional Reunificado ganó las elecciones e institucionalizó el apartheid.

En Alemania, la primera fase de la mejora de la raza siguió las técnicas de la eugenesia positiva. Se intentó alentar de varias maneras la multiplicación del stock genético aceptable, esto, es alemanes étnicos sin taras. Se concedieron generosos préstamos a la nupcialidad, que no era necesario devolver si luego llegaban unos cuantos hijos –cuatro cancelaban el préstamo en su totalidad. La madre alemana fue considerada legalmente como una especie de depósito sagrado de la estirpe nacional y aquellas de buena sangre alemana que hubieran dado cuatro hijos o más a la nación tenían derecho a recibir la Cruz de Honor de la Maternidad Alemana, en versión de bronce, plata y oro (para ocho o más hijos esta última). Otras medidas facilitaban la vida de las familias numerosas con mejoras en la vivienda y otras ventajas. Las mujeres embarazadas eran objeto de estridentes campañas que les recordaban que debían evitar el tabaco y el alcohol, considerados como “venenos genéticos” (1), “Die Deutsche Frau Rauch Nicht!”, la mujer alemana no fuma.

Las leyes de Weimar que limitaban y castigaban el aborto se mantuvieron y reforzaron, y cuando el país entró en guerra la interrupción voluntaria del embarazo comenzó a ser castigada cada vez más duramente (en 1943 con la pena de muerte, cosa inaudita en las leyes europeas contra el aborto) en base a la Orden para la Salvaguarda del Potencial Militar Nacional Alemán. Cabe notar que la Francia de Vichy estableció la pena máxima por el mismo delito un año antes. El cruce de esta severa ley con la política racial creaba situaciones disparatadas. En 1938 un caso de aborto en el que estaba implicada una pareja de hebreos fue sobreseído por el tribunal, con el fundamento jurídico de que la ley alemana antiabortista no tenía como objetivo la protección del “embrión judío” (2). A medida que la guerra avanzaba, la numerosa presencia de trabajadores extranjeros de ambos sexos complicó mucho la cuestión, especialmente cuando una mujer alemana se quedaba embarazada de un Ostarbeiter: ¿debía eliminarse el resultado, aun a riesgo de eliminar valioso germoplasma alemán? Se dieron instrucciones para examinar el valor racial de los padres y actuar en consecuencia.

La difusión de herencias genéticas indeseables se intentó frenar mediante la obligatoriedad de certificados de aptitud que había que conseguir para contraer matrimonio y la prohibición de los matrimonios “mixtos”. Se definió con bastante precisión el conjunto racial a preservar y multiplicar, del que estaban excluidos miembros de otras etnias y razas no-alemanas, como los los gitanos y los judíos.

Un ejemplo clásico de contaminación racial eran los Rheinlandbastard, los bastardos de Renania, el resultado de la unión de soldados africanos con mujeres alemanas en la zona de ocupación francesa tras la primera guerra mundial. Estos desdichados eran niños cuando el nazismo llegó al poder, eran por lo general fácilmente identificables y les costaba mucho entender por qué no podían unirse a las organizaciones infantiles de la Hitler-Jugend o de la Liga de Muchachas Alemanas. Desde su punto de vista, ellos eran tan alemanes como el que más.

Además de estas amenazas externas, la raza alemana tenía que ser protegida de la corrupción interna. Los trabajos norteamericanos influyeron mucho, singularmente el famoso de la familia Kallikak, de H.H. Goddard –que incluía hasta fotografías retocadas para dar un aspecto lo más siniestro posible a la rama degenerada de esta familia– Los Kallikak tenían dos ramas, una buena cuando Martin Kallikak se casó con una buena mujer y otra muy mala, repleta de delincuentes, alcohólicos y débiles mentales, descendiente del affaire pasajero del mismo Martin con una tabernera.

La búsqueda y neutralización de las taberneras Kallikak que pudiera haber en Alemania se hizo con la debida meticulosidad. La ley de prevención de la descendencia con enfermedades hereditarias entró en vigor pocos meses después de la toma del poder por el partido nazi y se calcula que esterilizó forzosamente a unas 400.000 personas. El asunto se intentó sacar a colación en los juicios de Núremberg, pero no tenía mucho fundamento: en los Estados Unidos se esterilizó a unas 60.000 personas en 33 estados, desde 1907 a 1981, la mitad aproximadamente en California, y la mayoría procedentes de hospitales psiquiátricos. En Suecia fueron más de 60.000, entre 1935 y 1975, y también se practicaron esterilizaciones en las provincias del oeste canadiense y en algunos cantones suizos.

En Alemania, la principal causa para tomar la decisión legal de esterilizar a una persona era la “debilidad mental”, seguida de la esquizofrenia. Otros motivos podían ser la sordera congénita, el trastorno maníaco-depresivo, deformidades físicas severas o alcoholismo crónico. La técnica usual era la ligadura de trompas para las mujeres y la vasectomía para los hombres. Particularmente cruel fue la esterilización de unos 400 bastardos de Renania.

Existía una cierta confusión sobre qué había que proteger y acrecentar, la raza o el pueblo alemán. A pesar de toda la retórica racial y sus instituciones asociadas, la defensa de la raza aria germánica (que se podía encontrar en otros sitios aparte del Reich, por ejemplo en Noruega) resultaba compleja. Batallones de científicos raciales midieron y establecieron el tipo racial de millones de personas, pero todo aquello resultaba laborioso, lento y en ocasiones ridículo, cuando perfectos alemanes parecían escoria humana de la peor clase mientras que se podían encontrar no pocos infrahombres rubios y de ojos azules.

La revista Volk und Rasse, con sus aburridas portadas mostrando arios de ambos sexos en estilo Sports Illustrated, refleja esta confusión. Al final se optó, en la práctica al menos, por dedicarse al pueblo alemán, mucho más fácil de definir, establecer y controlar que las etéreas categorías raciales. Hay que tener en cuenta que la palabra alemana Volk no se debe traducir simplemente como “pueblo”, sino que define una sustancia física y espiritual (o racial y cultural) eterna, “un organismo que debe ser purificado, revitalizado y preservado de maneras que trascienden el destino individual” (2).

El factor ambiental no se olvidaba: se trataba de endurecer la raza (al menos sus representantes juveniles) a base de marchas, hogueras y agua fría. El argumentario de las Juventudes Hitlerianas lo dejaba bien claro: “[Somos] jóvenes que desprecian la estufa caliente y la cama blanda … [Amamos] el frío y cortante viento invernal, cuyos silbidos son para nosotros alegres músicas de marcha; los caminos solitarios, cubiertos de nieve, que conducen la bosque y que no han sido hollados todavía. … Amamos el frío, el viento enfurecido y la lluvia; nos gusta la nieve. Amamos todo lo que alegra y fortalece. ¡Y despreciamos todo lo que nos ablanda y desalienta! (3)

El paso siguiente en la mejora activa de la raza o pueblo alemán, la eliminación por asesinato de sus representantes de mala calidad, comenzó con el exterminio de personas recluidas en instituciones, pero eso tuvo que esperar al comienzo de la guerra en septiembre de 1939. Las víctimas iban desde niños con síndrome de Down a pacientes ancianos recluidos desde hacía tiempo en sanatorios psiquiátricos. Los pacientes fueron ejecutados dejándolos morir de inanición, mediante inyección letal o bien en cámaras de gas que se llenaban de monóxido de carbono. Aproximadamente 70.000 personas fueron ejecutadas en instituciones como Hadamar o Hartheim. Todo el proceso fue puramente médico, como si fuera una campaña para erradicar el tifus. No se pudo concluir porque, al ser los asesinados alemanes, mucha gente se sintió horrorizada: estaban matando a los suyos, y existía el temor de que los siguientes fueran los heridos de guerra. Tras protestas procedentes del más alto nivel, singularmente del obispo von Galen de Münster, la operación de eutanasia se detuvo hasta el fin de la guerra. La experiencia obtenida, sin embargo, pudo ser utilizada en una operación paralela mucho mayor.

A medida que Alemania se adentraba en la oscuridad de la guerra y ocupaba extensos territorios, el proceso de limpieza de la raza se multiplicó hasta que llegó a una escala gigantesca, claramente orientada no ya a mejorar la raza-pueblo alemana, sino a exterminar a otras variedades humanas que pudieran competir con él. Las víctimas podían ser seleccionadas por su pertenencia a una estirpe claramente dañina y defectuosa desde el punto de vista genético, como se consideraba a los gitanos y a los judíos, secundariamente a los polacos, rusos y otras etnias del Este. También podían serlo por una conducta personal claramente negativa, que se tradujo en una clasificación de los presos “convencionales” en tres grandes categorías: políticos, criminales y asociales. Hay que tener en cuenta que para la ciencia de la primera mitad del siglo XX todas las categorías defectuosas de comportamiento individual (desde el anarquismo a la homosexualidad) eran consideradas como transmisibles a la descendencia y dotadas de un profundo significado genético contaminador.

Por esta razón, el objetivo último del experimento era la limpieza de la especie humana, al menos a escala europea. Documentos familiares de responsables de las masacres hablan a menudo del sentido terapeútico que pensaban que tenía lo que estaban haciendo. Por esta razón, un comunista o un asocial alemán también debían ser exterminados, si bien seguramente a más largo plazo y no en las condiciones industriales en que lo fueron judíos y gitanos, con objeto de dar coherencia a todo el asunto.

Sin contar los muchos millones de personas atrapadas en zonas de guerra y sometidas a toda clase de calamidades (como la población de Bielorrusia en 1941 o la de Holanda en 1945) aproximadamente 10 millones de personas pasaron formalmente por el gigantesco experimento de selección artificial de la especie humana llevado a cabo entre 1940 y 1945 por el ejército y la policía del Tercer Reich en prisiones y campos de concentración y de exterminio. Tal vez medio millón sobrevivieron, una tasa del 5% aproximadamente. Las posibilidades de supervivencia dependieron de muchos factores: pertenencia a diferentes poblaciones, profesiones, partidos políticos, nacionalidades, culturas, orientaciones sociales, religiones o lo que se ha venido en llamar recientemente “etnias”. Así, eran diferentes para comunistas alemanes, soldados rusos, judíos, pilotos británicos, franceses de la Resistencia, gitanos, daneses, homosexuales, asociales, sacerdotes polacos o republicanos españoles, independientemente de que su conducta personal ya dentro del experimento y sus particulares habilidades les dieran mayores o menores posibilidades de supervivencia.

Los primeros en morir en gran número fueron los prisioneros del Ejército Rojo, hombres jóvenes a los que se dejó morir de hambre a lo largo de 1941, hasta un total de tres millones. La siguiente oleada de muertes violentas tuvo lugar en las zonas ocupadas de la Unión Soviética, con más de un millón de judíos-bolcheviques (términos sinónimos para los nazis) ejecutados por unidades móviles (Grupos especiales, Einsatzgruppen) que utilizaban el fusil reglamentario del Ejército alemán para disparar a sus víctimas. En este caso fue la población completa la exterminada, hombres, mujeres y niños. En 1942 se aniquiló a la población judía de Polonia en los campos de exterminio de Treblinka, Sobibor y Belzec. A partir de entonces el matadero central se estableció en el complejo de campos de Auschwitz- Birkenau. Las cosas se complicaron a medida que (como en las sociedades antiguas) los presos revelaron un creciente valor económico para el Reich.

En el tira y afloja entre la necesidad de exterminar y limpiar el mundo de indeseables desde el punto de vista nazi y la necesidad de hacerles trabajar y contribuir al esfuerzo de guerra muchas personas consiguieron colarse y sobrevivir, pero para la mayoría la supervivencia siguió dependiendo de su posición en la escala de calidad humana. En realidad de las muchas escalas entrecruzadas de calidad. Los judíos daneses tenían una alta probabilidad de sobrevivir comparados con los judíos polacos. Los prisioneros británicos, salvo en caso de accidente o muy mala suerte, eran intocables. Los prisioneros de guerra soviéticos estaban en la parte más inferior de la escala. Prisioneros condenados en principio al exterminio por pertenecer a una categoría racial a liquidar podían salvarse si además eran presos políticos o comunes “convencionales”, lo que implicaba un cierto procedimiento judicial.

El siguiente factor fundamental de supervivencia era la capacidad de buscarse la vida, de “organizar”, un puesto de trabajo bajo techado, comida extra, ropa de abrigo, artículos para comerciar como cigarrillos y trozos de pan, etc. Muy pocas personas, generalmente presos políticos alemanes, sobrevivieron al sistema de selección artificial de los campos de concentración y prisiones los doce años que duró el régimen nacionalsocialista. El tiempo de supervivencia del resto varió entre unas horas y algunos meses. El resultado final de proceso se vio en el campo de Bergen Belsen, a donde llegaron los británicos en abril de 1945. Allí sacaron las fotos y películas de montañas de cadáveres esqueléticos, que son la marca distintiva del experimento Hitler. Y también de los supervivientes reducidos a la inanición más extrema: “Estaban tan consumidos, que a nuestros ojos parecían monos”, fue el testimonio de un soldado británico sobre los prisioneros de Bergen-Belsen. El nacionalsocialismo consideraba a los inferiores raciales como animales, y al final consiguió reducirlos a esta condición.

Un contrapunto totalitario a la Alemania nazi: el experimento Stalin

A diferencia del experimento Hitler, que comenzó en enero de 1933 y finalizó en la primavera de 1945, la iniciativa Stalin no es fácil de encuadrar entre fechas determinadas, y se extiende aproximadamente desde los últimos años de Lenin hasta los primeros de Kruschev, en total más de un cuarto de siglo. Al igual que en el caso alemán, la idea era crear un nuevo tipo de persona, el ciudadano soviético en este caso, invulnerable a la decadencia y a la degeneración, sano, fuerte, animoso, leal a su patria y a sus camaradas, representado en millares de carteles y estatuas como un hombre robusto con el ceño fruncido, la frente elevada, la nariz recta y el mentón bien marcado, plantando cara con el fusil o la herramienta de trabajo al avance de los enemigos de la revolución, representados muchas veces como cucarachas o simios.

Es notorio que los enemigos políticos del régimen, reales o imaginarios, fueron objeto de una persecución sin precedentes en la historia por su amplitud y por su detalle. Pero se presta menos atención al destino de los antisociales, en sentido amplio, que bajo las leyes soviéticas de este tiempo incluían desde un asesino a alguien que había llegado tarde al trabajo. A medida que el estalinismo se consolidaba, el concepto de delito se hizo más y más elástico –sin contar el abundante surtido de actividades contrarrevolucionarias. Era delito, y por lo tanto podía y era en muchos casos castigado con la prisión, cualquier conducta perezosa o poco diligente en el trabajo, que obstaculizara la producción y se alejara del ideal encarnado por el obrero Stájanov.

Otro factor importante era el establecimiento de cuotas de detenciones, pues en el sistema soviético de los años 20-40 el castigo legal se consideraba como una poderosa acción fumigadora de la antigua sociedad, de la que tenía que emerger una nueva, limpia y sana. Por lo tanto, cada territorio tenía que cumplir su propia cuota de limpieza interna de las variedades humanas menos deseables, entre las que se contaban, según las épocas y las circunstancias lo demandasen, desde trostkistas a saboteadores de la producción, o desde zinovievistas a personas incapaces de cumplir con su cuota de producción, o de llegar puntualmente al trabajo, o simplemente de escapar de las periódicas redada de maleantes y gentes sin ocupación conocida. El sistema estalinista no podía contar de manera explícita con la poderosa palanqueta de la raza como arquetipo y modelo de este hombre nuevo. En el sistema soviético, al menos en teoría, todas las variedades humanas eran consideradas como iguales ante la ley. No obstante, poco a poco evolucionó hasta conseguir un notable paralelo con el nacionalsocialista alemán, en su meta de “limpiar el país de parásitos”.

(1) In the Name of Public Health — Nazi Racial Hygiene. Susan Bachrach. The New England Journal of Medicine, 351;5 www.nejm.org july 29, 2004.
(2) Abortion and Eugenics in Nazi Germany – HENRY P. DAVID, JOCHEN FLEISCHHACKER, CHARLOTTE HOHN. POPULATION AND DEVELOPMENT REVIEW 14, NO. 1 (MARCH 1988)
(3) De Camaradas pardos, el libro de la juventud alemana, Kurt Arnold Findeisen Ed., Dresde, 1934, en El Tercer Reich, su historia en textos, fotografías y documentos, Heinz Huber, Artur Müller y otros, Plaza y Janés, 1967.

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