Sevilla, el Fort Apache andaluz

sevilla2000Sevilla en 1936, según la Guía Michelin de ese año. El cuartel general de la 2ª División estaba en la plaza de Gavidia (clave 2-11/12 en el mapa), donde hoy está la antigua Capitanía General. (Clic en la imagen para verla ampliada).

 

 

OBREROS SEVILLANOS:

Viva la República :

Un general que se jugó la vida para implantar la República en España y que se siente más republicano que nunca, se dirige a vosotros deseoso de ahorrar vuestra sangre.
De Cádiz han salido ya para Sevilla, los Regulares de Ceuta. En cuanto lleguen empezaremos a combatiros con la máxima energía y ¡ay! de aquéllos que no se hayan sometido.
Entregar las armas, que nunca lo podríais hacer a un General más amigo del pueblo.

Gonzalo Queipo de Llano

Octavilla lanzada el día de la sublevación[31]

 

El mismo día 19 de julio, a las 8 de la noche, el general Queipo de Llano se sentó ante el micrófono de Radio Verdad (más conocida como Radio Sevilla) y soltó el primero de sus discursos radiados: una extraordinaria y jactanciosa mezcla de sensacionalismo, pornografía, amenazas brutales para el enemigo y propaganda de guerra, que tuvo un éxito instantáneo en la España nacional, y también en la republicana. La limpieza del espectro radioléctrico era tal en aquella época, que la poco potente emisora, que radiaba además en Onda Media, se oía con bastante nitidez en casi toda España. Un general enloquecido hablando por la radio todas las noches era una experiencia nueva en la historia de los medios de comunicación de masas. En comparación, Indalecio Prieto, el mejor orador parlamentario de España, parecía aburrido.

La radio no fue la única tecnología avanzada que usó Queipo de Llano para afianzar su islote militar sevillano. Al día siguiente, dos aviones Fokker desembarcaron en el aeropuerto de Tablada una veintena de legionarios procedentes del Ejército de África. Vestidos con su atuendo típico, que había quedado grabado de manera indeleble en las mentes desde su contundente actuación en Asturias, fueron enviados a recorrer la ciudad, en la operación que se llama en términos militares «ondear la bandera» ante el potencial enemigo. Fue algo parecido al desfile de los paracaidistas franceses en Argel muchos años después. Los pieds noir sevillanos, la gente de orden, sintieron un inmenso alivio cuando vieron aquellos familiares uniformes desfilar por la ciudad. Los numerosos falangistas y carlistas sevillanos empezarona a afluir a los cuarteles. El populacho comunista y cenetista, mal armado y organizado, tembló en sus reductos de los barrios obreros.

La isla inicial de Queipo de Llano, unas cuantas manzanas de casas entre el edificio del cuartel general de la División y las sedes de algunos regimientos que se le unieron, rodeada en teoría por un «mar rojo», se compactó, creció y englobó rápidamente a los barrios peligrosos de de San Julián, San Bernardo y Triana, que pasaron de sitiadores teóricos (nunca efectivos) a sitiados. Allí se habían montado algunas débiles barricadas que fueron desmontadas a cañonazos. A continuación, tal como la experiencia asturiana predecía, la resistencia extremista se desmoronó en algunas horas, unos pocos días a lo sumo. A medida que el aflujo de tropas africanas crecía gracias al puente aéreo, Sevilla consolidó su papel como un Fort Apache andaluz rodeado de indígenas hostiles, en este caso los campesinos sin tierras del bajo Guadalquivir. Los otros fuertes nacionales en la región eran Córdoba, Cádiz y Jerez.

Los campesinos sin tierra andaluces y extremeños eran especialmente temidos: la amenaza de una turba de harapientos jornaleros imponiendo su ley en las ciudades de Sevilla, Jerez o Badajoz había sido una pesadilla recurrente desde hacía medio siglo. Se les consideraba lo más bajo de la escala de calidad humana de la España del primer tercio del siglo: eran analfabetos en un espantoso porcentaje, no se casaban, traían hijos al mundo sin esperanza de verlos crecer, hablaban una extraña jerga incomprensible para la gente de orden, y,  sobre todo, mostraban una extraña tendencia a afiliarse a organizaciones y sindicatos de caracter anarquista o algo peor. La Guardia Civil había funcionado desde muchos años atrás como una verdadera policía colonial con esta clase de personas, y siguió desempeñando este papel durante la República.

La otra cara del arquetipo -desde el punto de vista de los del norte- era el “señorito andaluz”, escaso de inteligencia, voluble, fanfarrón y una completa inutilidad desde el punto de vista del necesario liderazgo de la raza. Este personaje indignaba especialmente a los energúmenos del regeneracionismo. Sevilla era el epicentro del señoritismo andaluz, así como de su aristocracia. Las grandes familias supieron mostrar su agradecimiento al ejército nacional, además de contribuyendo a las innumerables suscripciones pro-glorioso ejército, con iniciativas de más rumbo, como las de las señoras de León Estrada (don Juan Antonio) y de Delgado Brackenbury (don Carlos), que decidieron sustituir el baile de puesta de largo de sus hijas Pili y Merceditas por vestir (a seis prendas por barba) a 1.500 legionarios de la bandera del teniente coronel Castejón. Sin contar el envío de obsequios hacia el frente como bocoyes de Domecq, tortas sevillanas, cajones de tabaco, etc. Todas las mujeres de la alta sociedad sevillana colaboraron en la logística del gran regalo a los militares que defendían su causa, que debió ser compleja.

Sevilla era la cuarta ciudad por tamaño de España, y resultó una sorpresa que pudiera caer tan pronto en manos nacionalistas. Una posible explicación, además del momento cumbre que tuvo el general-orquesta Queipo de Llano, está en el gran peso de las clases propietarias en la ciudad, que desde el primer momento se pusieron al servicio del Alzamiento. Los pilotos del Aeroclub de Sevilla (en 1936 no habría más allá de tres docenas de propietarios de avionetas en toda España) formaron rápidamente una pequeña fuerza aérea que se dedicó a buscar información sobre la situación en Andalucía Oriental volando sobre los pueblos, y en ocasiones bombardeándolos de manera más o menos simbólica si detectaban actividad hostil debajo. Los famosos caballos andaluces fueron sacados de las cuadras y enjaezados militarmente, en alguna de las unidades de caballistas que se formaron también aquellos días. Una de estas unidades, la Policía Montada de Sevilla, tenía un aspecto extraordinariamente típico, pues su uniforme consistía en traje campero y sombrero cordobés.

El enorme Pabellón de la Plaza de España fue habilitado prontamente como cuartel, cárcel y depósito de armas. Hacía solo siete años que había sido construído. El edificio es extraordinario, y años después sirvió como Puerto Espacial del planeta Naboo (El ataque de los clones, George Lucas, 2002) y como Cuartel General británico en El Cairo (Lawrence de Arabia, David Lean, 1962). Es un semicírculo de ladrillo de estilo barroco neomudéjar imperial de un tercio de kilómetro de recorrido, en forma de semicírculo perfecto, que sirvió como pabellón de España en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929.

Lo más interesante del edificio no es visible en estas películas. Se trata de 48 glorietas construídas en la cara interna de la base del edificio, ocupando todo su perímetro. Cada una de ellas representa una provincia de España, con una escena histórica alusiva y un mapa, todo ello realizado en coloridos azulejos. Uno puede sentarse a descansar en Álava y terminar en Zaragoza, 320 metros más allá, pues las provincias figuran por orden alfabético. Troceada y normalizada así la diversidad del país, el enorme conjunto forma un arco o receptáculo representando la indestructible unidad de la patria, abierto hacia el cauce del Guadalquivir y más allá, hasta Iberoamérica.

Con tales adornos, no es de extrañar que Sevilla fuera la gran capital de la España nacional durante la guerra, incluso después de la caída de Bilbao. Las capitales oficiosas nacionalistas, Burgos y Salamanca, eran pequeñas y “provincianas” ciudades castellanas. San Sebastián era cosmopolita, pero con un papel muy concreto en el reparto de tareas de la España nacional: servir de gran balneario para las clases ricas en su espera de la reconquista de la totalidad de España, con sus posesiones incluidas. Sevilla era una ciudad mundial, más conocida que muchas capitales de pequeños países, y con un color cultural y social absolutamente único, cultivado durante siglos. Incluso en la católica y mojigata sociedad de la España nacionalista, y bajo las circunstancias de la guerra, las posibilidades de diversión que se ofrecían  a la sombra de la Giralda eran ilimitadas.

En la comida oficial para celebrar una promoción de sargentos provisionales que se celebró en el Andalucía Palace, el 20 de diciembre de 1937, la noticia fue, además de la presencia de casi todas las autoridades militares y civiles de la ciudad, que se sirvió un plato de arroz de la Isla del Guadalquivir. Por fin, en junio de 1938, se inauguró el poblado Queipo de Llano en las Marismas del Guadalquivir, rodeado de 3.000 hectáreas de arrozal[32]. La zona nacional había construído una versión muy aceptable de las tierras bajas valencianas dedicadas al cultivo del arroz, y en las décadas siguientes el arroz sevillano eclipsaría por completo al arroz valenciano. Si la guerra se hubiera prolongado, el proceso habría seguido: tal vez los republicanos habrían tenido que crear una Galicia en pequeña escala en alguna parte para abastecerse de maíz y criar vacas lecheras. El arroz sevillano fue otra herencia de la guerra (aunque los proyectos de desecar y cultivar las marismas eran muy anteriores), y además confirmaba el papel tradicional de Andalucía Occidental como gran abastecedor del resto del país, en este caso el Estado nacional.

La región tenía una agricultura industrial muy potente, asociada a fábricas de harinas, y sus derivados en forma de tortas, mantecados y polvorones, aceites, aguardientes, vinos generosos y muchas más alegrías de la mesa. Las minas abundaban en la orla montañosa del valle del Guadalquivir, bien cercano al mar, tanto que el río era navegable hasta Sevilla, 100 km tierra dentro. Sevilla era el gran centro organizador de toda esa riqueza. La numerosa mano de obra necesaria para mover toda esta abundante producción había sido minuciosamente pacificada y escarmentada, además de continuamente aleccionada sobre su nueva posición en la sociedad: “Habéis de marchar de acuerdo con el capitalista que os paga y con los técnicos y facultativos que os dirigen” dijo Queipo de Llano en tono didáctico a los obreros del arroz en la ceremonia de inauguración del poblado que llevaba su nombre, ya lejanas las masacres anunciadas en su bando de julio de 1936.

 

[31] José María García Márquez: La represión franquista en la provincia de Sevilla. Estado de la cuestión. Ebre 38, Revista Internacional de la Guerra Civil (1936-1939). – Núm. 2, dic 2004.
[32] ABC de Sevilla, 28 de junio de 1938.

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