Éole y Avion: la aviación de la Belle Époque

Edición de 1913 del libro publicado por Clément Ader en 1908, con el Avion nº 3 en la portada. Según el autor, propuso al Ejército versiones más avanzadas del nº 3: los Avions nº4 de motor de gasolina, nº5 con alas modificables en vuelo y nº 6, este último un gran aparato con alas de tipo buitre (du genre vautour), pero sin recibir respuesta.

Un ejemplo bastante bueno del estado de la cuestión de la aviación en los años finales del siglo XIX se puede ver en la triste historia de la máquina voladora de Clément Ader. El caso fue infortunado por múltiples razones. Para empezar, la idea de partida era demasiado ingenua. Ader construyó un murciélago a escala, imitando con madera y tela hasta la última nervadura de las alas del animal. No obstante, era un hombre a la vanguardia de la técnica. Había hecho una pequeña fortuna en el por aquel entonces novedoso sector de las comunicaciones por teléfono, y fue ese dinero el que se gastó casi íntegramente en construir el que los aerochauvinistas franceses siguen empeñados en considerar el primer avión que despegó del suelo, nada menos que en 1890. Por desgracia, Ader realizó la prueba de vuelo en el interior del parque cercado de un discreto castillo, sin testigos independientes.

La aerodinámica era 100% murciélago, pero el aparato no batía las alas –aunque esta fue una solución que se siguió intentando mucho tiempo después de que los aviones fueran cosa corriente–. La propulsión estaba asegurada por un motor de vapor muy ligero, una maravilla de la técnica que Ader había diseñado y casi construído con sus propias manos. El motor hacía girar una hélice de gran diámetro y aspecto plumoso, realizada en bambú (luego se vio que sus características aerodinámicas eran excelentes). Ader, al parecer, no había realizado, ni tenía intención de llevar a cabo, ninguna prueba aerodinámica del aparato. La sustentación estaba asegurada por las grandes alas de murciélago, pero la dirección estaba encomendada a un pequeño timón insuficiente a todas luces para la tarea. Se cree que el inventor pensaba simplemente elevarse y a continuación manejar su nave aérea como se maneja un barco con ayuda de un gobernalle. A la caída de la tarde, Ader se sentó en la cabina de su avión y puso en marcha el motor. Cuando consideró que las revoluciones eran las convenientes, soltó amarras y comenzó a rodar sobre la hierba. Los testigos juraron después, y no habría porqué no creerles, que el avión despegó del suelo unos palmos durante algunos metros. Ader regresó a tierra plenamente satisfecho, apagó el motor y se dispuso a cometer el error de su vida.

Desmintiendo las habituales acusaciones de aerochauvinismo, esta revista francesa de 1947, en ocasión del cincuentenario del vuelo de Satory, duda seriamente que el Avión llegara a despegar propiamente del suelo. (Gallica) (clic para ampliar)

Es habitual que el intento del Eóle (que así se llamaba el avión de Ader) sea crudamente descalificado por los autores modernos, especialmente si no son franceses. El motor era demasiado pesado para la potencia que suministraba, la aerodinámica surrealista, y la gobernabilidad inexistente. No obstante, el diseño habría podido evolucionar (era el año 1890, 13 años antes del éxito de los Wright), si así lo hubiese dispuesto Ader. No hizo tal cosa. Dos años después, consiguió convencer a varios altos oficiales y al mismísimo Ministro de la Guerra –en aquella época se tenía tendencia a llamar a ciertas cosas por su nombre– para que subvencionaran una versión militar y más potente de su aparato. Las especificaciones de velocidad, altura y capacidad de carga eran claramente absurdas.

Ader trabajó como un mulo durante cinco años. El Avión III era más grande que su precedesor y tenía dos motores. Las alas de murciélago y la ausencia de controles de vuelo seguían idénticos. Ingenuamente, Ader aceptó que la prueba de vuelo oficial, en presencia de varios generales, se celebrase en una pista circular acondicionada en el campo militar de Satory, cerca de París, por lo que ni siquiera pudo mantenerse contra el viento, que soplaba fuerte aquel día. Ader encendió los motores. Tras algo de traqueteo, un golpe de viento arrastró el aparato fuera de la pista, causándole un grave daño. El inventor, felizmente, resultó ileso. Es probable que volara, aunque sin ningún control, durante unos metros, pues el motor tenía la potencia necesaria. pero eso no le importó a ninguno de los generales presentes. La idea original era realizar unas cuantas pruebas en Satory y a continuación sobrevolar París, entre el seguro pasmo general, para llevar el avión a otro emplazamiento militar y de paso anunciar al mundo que Francia poseía el arma aérea definitiva. La grave disparidad entre tan grandiosas expectativas y el pobre comportamiento del Avión III hizo que a los testigos les importase un bledo si el aparato había conseguido efectivamente o no despegar del suelo. El programa se dio instantáneamente por cancelado.

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