Lo que le debemos a la Manga del Mar Menor

insert19282003insert

Un sector de La Manga en 1928 y en 2003, según el Mapa Topográfico Nacional. CNIG. (Clic en las imágenes para ampliarlas). ¿Dónde estará ahora el cuartel de carabineros, única edificación de la zona en 1928?

133. Madrid y Murcia

Debemos mucho a la Manga del Mar Menor. Por ejemplo, la fórmula administrativa “espacio cautelar público flotante”, descacharrante expresión que implicaba que el promotor urbanístico podía hacer lo que le diera la gana con la parte de su parcela que debía reservarse legalmente para zonas verdes y espacios libres. Y vaya si lo hicieron: actualmente la Manga está agobiantemente urbanizada y carece por completo de zonas verdes y espacios libres. Pero esta misma saturación salvó al resto de la costa de Murcia, igual que la concentración de los bombardeos alemanes en Londres salvó a la RAF y la permitió seguir con vida en 1940. La Manga es un cordón litoral arenoso de 21 kilómetros de longitud que separa una extensa laguna salobre, el mar Menor, del mar Mayor, o sea el Mediterráneo. En la década de 1950 era un paraje solitario sobre el que volaban los aviones de la cercana base de San Javier. Entonces llegó Tomás Maestre Aznar, de una rica familia con propiedades mineras y de las otras en Murcia, y tuvo una visión. Caído de rodillas sobre la arena, soñó con crear un paraíso turístico allí mismo, en aquella estrecha franja de arena.
Entonces es cuando entró en acción Madrid. En principio la empresa parecía descabellada. La zona pertenecía –y pertenece– a dos municipios, San Javier y Cartagena. Nadie sabía cómo conseguir agua para 70.000 personas (ese era el objetivo inicial de número de turistas), ni como se resolverían la infinidad de problemas que surgirían al construir una gran ciudad en una estrecha barra de arena. Los ayuntamientos eran reticentes y la diputación de Murcia estaba en contra. Pero Madrid estaba a favor. Hasta tal punto lo estaba que en 1962 se publicó la Ley de Grandes Centros Turísticos, hecha “casi ad hoc” para la La Manga, que establecía –aproximadamente– que en caso de que alguien quisiera crear una instalación capaz de atraer turismo extranjero adinerado a cualquier punto del territorio nacional, tendría absoluta prioridad sobre toda clase de leyes divinas o humanas y de normas municipales, provinciales, de protección de la naturaleza, etc. Manuel Fraga en persona (ministro de Información y Turismo por entonces) se interesó en el proyecto de La Manga, y todos los permisos y toda la financiación necesaria se consiguieron a la velocidad del rayo. Pocos meses después de comenzado el proyecto, se pudo empezar a construir.
La idea de Tomás Maestre para la Manga no era mala del todo. Incluía una extensa reserva virgen en mitad del cordón y contrató a un prestigioso arquitecto catalán que planeó una cadena de isletas de altos edificios separados por anchos espacios libres, una virguería urbanística heredera de Le Corbusier y el GATEPAC (Grupo de Artistas y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea). Todo fue bien unos años, aquello parecía funcionar, hasta que la crisis del petróleo de 1973 y el fin del desarrollismo golpearon tan duramente que Tomás Maestre no tuvo más remedio que vender La Manga a trozos, primero a inversores y promotores y luego a trocitos a los albañiles y fontaneros a los que ya no podía pagar con dinero. Paulatinamente, Le Corbusier fue dejado de lado y se impuso el modelo urbanístico llamado de lata de sardinas o “ni un metro sin edificar”, como se puede comprobar paseando por La Manga presencialmente o en Google Maps. Los ricos turistas extranjeros fueron sustituidos por cartageneros y otros murcianos y sobre todo por madrileños, para quienes poseer un apartamento en La Manga se hizo algo bastante corriente. En la década de 1980 y 1990 la comunidad autónoma de Murcia, recién provista de competencias al respecto, peleó débilmente y sin éxito contra los ya famosos desmanes urbanísticos de La Manga, en parte porque el Tribunal Supremo (otra vez Madrid) se negó a darle la razón en un punto crucial.
Mucho peor fue el intento de la Ley de Costas de declarar ilegales todas las construcciones a menos de 100 metros de donde las olas rompen, que habría supuesto automáticamente el aniquilamiento de La Manga. La malhadada Ley de Costas lleva ya unos años en vigor pero, gracias a Dios, nunca ha habido necesidad de aplicarla, como aquel cuarto de baño en una casa de postín que, felizmente, no había sido utilizado jamás. Greenpeace añadió dramatismo a la historia de La Manga al publicar una foto trucada en la que aparece sumergida en el mar, como lo estarán también el delta del Ebro y Doñana si el calentamiento global continua y el nivel del mar sigue subiendo. La Manga vive hoy un compás de espera, la crisis tal vez acabe y avezados promotores caminan por tramos todavía vírgenes de la costa de Murcia y sueñan con otras Mangas (Puede verse la historia completa en El caso de La Manga, de Salvador García-Ayllón Veintimilla).

Asuntos: ,

Tochos:

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies