Las cuatro guerras de la guerra civil

lasheridasdemadridCrónica, 21 de febrero de 1937 – Biblioteca Nacional de España – Hemeroteca Digital

 

Aldeas, pueblos, ciudades, todo, absolutamente todo, ha de ser una trinchera ante la que se estrelle el invasor.

“En todos los pueblos y ciudades catalanes debe acometerse sin demora la tarea de las fortificaciones”
Solidaridad Obrera, 22 de enero de 1939

 

El territorio de la República española fue conquistado paulatinamente por los facciosos a lo largo de mil días de guerra, comenzando desde dentro, desde pequeñas islas nacionalistas que coincidían generalmente con los cuartos de banderas de las unidades militares, extendiéndose progresivamente a las plazas públicas, los núcleos de las ciudades, las ciudades enteras y su hinterland, hasta que la zona nacional formó una masa conectada homogénea separada por un frente convencional de la zona republicana y comenzó una guerra convencional, que la zona nacionalista ganó.  A este resultado se llegó tras un proceso en cuatro fases de extensión del territorio nacionalista.

La primera fase (pronunciamiento clásico) consistió en la ocupación instantánea de la cuarta parte del territorio, unos 125.000 km2. (Valle del Duero, Galicia, Alto Ebro, más el Protectorado de Marruecos y todas las islas menos Menorca, así como numerosos enclaves (Sevilla, Granada, Córdoba, Oviedo, Teruel). En esta fase no hubo movimientos militares propiamente dichos, sino decisiones locales a favor de un lado u otro, a veces violentas y a veces incruentas.

La segunda fase (guerra civil corta) implicó la ocupación rápida (unos 100 días) de otra quinta parte del territorio, principalmente Andalucía Occidental, Extremadura y bajo Tajo. Al final de esta fase, la línea del frente se consolidó. La velocidad media de ocupación fue de unos 1.000 km2 diarios.

La tercera fase (guerra convencional) consistió en la ocupación lenta (unos 900 días para 100.000 km2.) de todo el territorio republicano excepto su núcleo duro (el rombo formado por Madrid, Valencia, Almería y el saliente de Extremadura). La velocidad media de ocupación fue de unos 100 km2 diarios. La cuarta fase (hundimiento) fue ya el derrumbamiento instantáneo de la zona republicana restante, unos 125.000 km2.

La propaganda republicana interpretó la primera y parte de la segunda fase como una guerra civil de las de toda la vida, pero adujo que a partir de entonces ya no se trataba de un conflicto interno, sino de una guerra de invasión de las potencias fascistas. La República siempre estuvo con un pie en la pared. Ya en la primavera de 1937 se presentaba a Cataluña como una «fortaleza inexpugnable», a pesar de que la línea del frente todavía estaba a unos 300 kilómetros de Barcelona, y de que la política oficial catalana era que la conquista de Zaragoza estaba al caer. Los nacionalistas interpretaron el paso de la rápida fase 2  a la agotadora fase de conquista paso a paso del territorio republicano como una guerra también internacional contra el comunismo soviético, a veces llamado simplemente «los rusos». Al mismo tiempo, trató de minimizar (ya después del conflicto, claro está) la importancia del papel desempeñado por sus aliados extranjeros. La cuantía e importancia militar de italianos, alemanes y marroquíes en relación con las brigadas internacionales  y los expertos soviéticos es un tema inagotable en la guerra de papel que enfrenta a los historiadores «de uno y otro bando».

Los 900 días de la guerra civil larga agotaron y destruyeron a la República hasta sus cimientos, al mismo tiempo que permitieron la consolidación metódica e implacable del estado nacionalista. Los casi tres años de guerra se multiplicaron por más de diez en la supervivencia del régimen que se suele llamar franquista, que luego tuvo poder suficiente como para fundirse sin trauma alguno y sin solución de continuidad en la democracia parlamentaria española a través del prodigioso mecanismo político de la Transición. Durante la Transición, los principales dirigentes, especialmente de izquierdas, no dejaron de recordar que cualquier cosa era preferible a una guerra civil. Todo el mundo lo tenía en mente, a la hora de votar en el Referéndum de la reforma política y en las sucesivas elecciones parlamentarias: había que evitar una nueva guerra civil a toda costa. Ese fue el legado de los 900 días de guerra civil lenta.

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