El mapa de los crímenes

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Una advertencia a los vecinos de Triana
Dentro de un cuarto de hora, a partir de esta orden, deberán todos los vecinos de Triana abrir sus puertas, a fin de que pueda hacerse el rápido servicio de captura de los pocos que aún disparan desde las azoteas para producir la alarma.
Los hombres deberán estar en la calle, levantando los brazos en cuanto se presenten las fuerzas de vigilancia para dar la sensación de tranquilidad y coadyudar al mejor servicio.

ABC de Sevilla, 20 de julio de 1936

 

En los grandes pueblos del bajo Guadalquivir y Extremadura, las fuerzas de Queipo de Llano y el Ejército de Africa mataron como media un 2%  de la población. Dos casos representativos fueron Arahal, en Sevilla, de 13.000 habitantes, con casi 300 víctimas, un  2,5% y Almendralejo en Badajoz, con 19.000 habitantes y 414 víctimas, un 2,1%. Si en toda España se hubiera matado como en su ángulo suroeste, el total de víctimas habría sido de 500.000.

Cada vez se acumula más información sobre la masacre del sur y suroeste. Empieza a crecer la evidencia de que los ejecutados en Granada, Sevilla, Huelva, Córdoba, Cádiz y Badajoz, en su mayoría en las primeras semanas de la guerra y al compás de la ocupación de ciudades y pueblos por los nacionalistas, podrían sumar la enorme cifra de entre 60 y 75.000 personas. Compilaciones recientes del número de ejecuciones están mostrando una pauta en los grandes pueblos del valle del Guadalquivir de entre un 2 y un 3% de la población total fusilada, una cifra tres o cuatro veces superior a la media de España y un orden de magnitud mayor que el de los muertos en provincias castellanas poco activas políticamente. Estas seis provincias sumaban unos tres millones y medio de habitantes, y 70.000 muertos serían el 2% del total de la población.

Esta gran mancha roja es la de mayor tamaño y más intenso color del mapa de los crímenes de la guerra civil. Su forma, tal como parecen confirmar los recientes mapas de fosas comunes publicados por la Junta de Andalucía, es parecida a la que dejarían ondas de choque superpuestas desde Sevilla, Jerez y Cádiz, en la dirección de las principales carreteras que conducen a los grandes pueblos de la región. Granada se parece a Sevilla es ser el foco de una onda de choque de muertes muy densa. Málaga tuvo una gran mortandad en sus meses de dominio republicano, que se multiplicó por tres cuando pasó a poder de los nacionales en febrero de 1937.

El color rojo intenso se puede ver también en el mapa como un reguero en dirección sur-norte a lo largo de Extremadura, en la carretera de Sevilla a Mérida y luego culminando con la matanza de Badajoz. El color baja de intensidad en el valle del Duero, con excepción de una gran mancha en Valladolid. Hacia el Oeste, hay zonas de más intensidad coincidiendo con las zonas mineras y Ponferrada, y más allá en la costa de Galicia, con sus grandes puertos de Vigo, Coruña y Ferrol. Hacia el Este, Navarra muestra un fuerte color en general, que se hace más intenso en el sur, en la ribera del Ebro. Aquí hay una mancha roja intensa que se extiende a los largo del río desde La Rioja hasta Zaragoza. Teruel también acusa la intensidad del exterminio.

En el estado republicano, la zona norte del Cantábrico está marcada con intensidad decreciente desde Asturias a Vizcaya, zona de intensidad mínima en España. En el trozo grande de la República, Cataluña y Aragón tienen un color fuerte, con una gran mancha en Barcelona y contornos, aunque la costa tiene menos intensidad en porcentaje de muertes que el interior agrícola [46]. Huesca y Teruel tienen también intensidad elevada, sobre todo esta última. La gran mancha roja del estado republicano es Madrid, aunque la intensidad de color (el porcentaje de víctimas) es muy inferior a la de Granada, Sevilla y Badajoz. La masacre de Madrid se prolonga hacia el sur, intensamente en Toledo y de manera más atenuada en Ciudad Real.

En Madrid, los asesinos ejecutaron a millares de personas, tal vez 10.000, hasta llegar a un 1% del millón de habitantes de la capital. En la provincia de Soria las ejecuciones alcanzaron a unas 300 personas, el 0,2% de la población de la provincia. Pero mataron a una docena de los 250 trabajadores del pantano de La Muedra, la única masa obrera compacta de la provincia, más de un 4%, un porcentaje más propio de Andalucía Occidental que del valle del Duero. En Vizcaya, murieron poco más de 400 personas mientras estuvo bajo dominio republicano, apenas el 0,1% de la población, en varios ataques de la multitud enfurecida a los barcos prisión, como venganza de bombardeos aéreos. En Granada la intensidad de los asesinatos fue veinte veces superior y la pauta de llevarlos a cabo muy distinta.

Todas las distintas modalidades de la represión, desde la actuación de los escuadrones de la muerte a las masacres sobre el terreno acompañando al ejército, se superponen sobre el mapa dando una pauta que no es azarosa: la represión nacionalista se cebó en los valles del Guadalquivir, el Guadiana y el Ebro, secundariamente en las riberas del Duero, tierras agrícolas ricas con demasiados obreros agrícolas afiliados a organizaciones del Frente Popular, en las zonas mineras, especialmente las de León y Huelva, y los enclaves portuarios e industriales de la costa, especialmente en Galicia. La represión republicana cayó pesadamente sobre las grandes ciudades, Madrid y Barcelona sobre todo, donde las clases propietarias, que eran asimiladas automáticamente con la quinta columna, abundaban.

Hubo otro factor general que determinó la distribución de las muertes: la proximidad a los frentes de batalla o la situación en la retaguardia profunda. Teruel, con una larga y sinuosa línea de frente, tuvo una gran mortalidad, tanto por lado republicano como del lado nacional. Algo parecido pasó en Madrid y en Zaragoza, con el frente a pocos kilómetros de la ciudad o incluso ya dentro de su casco urbano. La enorme cifra de asesinatos de Granada, la mayor de España, se ha explicado por su situación de isla en el mar rojo durante meses[47].

Casi todo el mundo fue fusilado con más o menos ceremonial, a veces mediante disparos a bocajarro y pistoletazos y otras veces por un pelotón debidamente formado y mandado por un oficial. No se utilizaron apenas otros procedimientos de ejecución, como el ahorcamiento, que se usó mucho en asesinatos políticos en otros momentos históricos. El garrote se siguió usando en las audiencias territoriales que lo tenían, al menos en zona nacional.

Todas estas matanzas fueron llevadas a cabo con frialdad, salvo tal vez en el caso de los asaltos a cárceles de masas enfurecidas por los bombardeos aéreos, y aun en este caso siempre había un cierto encuadramiento miliciano o político de alguna clase. Desde el momento de la detención al de la muerte podían pasar horas o minutos en las masacres sobre el terreno y aplicaciones “fulminantes” de bandos de guerra o bien días y semanas en muchos casos en que se activó algún procedimiento  judicial de cobertura de algún tipo, o en que los detenidos lo estaban en cárceles más o menos clandestinas de los escuadrones de la muerte (como las famosas checas en la zona republicana). Algunos detenidos podían esperar años su ejecución, si su caso entraba formalmente en las lentas ruedas de la justicia militar o civil formal.

Los asesinatos formaban un continuo desde los muertos en relación estrecha con las acciones de aplicación de bandos de guerra hasta los ejecutados tras sentencia judicial y larga estancia en la cárcel. Y cabría recordar que los muertos combatientes eran también parte de una masacre, que afectó bastante más duramente al ejército republicano que al nacional.

La oleada de crímenes fue desencadenada por la sublevación militar y comenzó por lo tanto en Marruecos la noche del 17 de julio, saltando por fin a la Península al día siguiente y ocupándola por entero hacia el 19, en que se propagó al lado republicano. Hubo entonces dos ondas de choque de crímenes paralelas en la zona nacional y la republicana, que comenzaron a finales de julio de 1936 y ganaron impulso en agosto y septiembre, perdiendo intensidad hacia el fin de año y extinguiéndose prácticamente a comienzos de 1937 en la zona republicana, en la que a partir de entonces solo hubo ya prácticamente asesinatos legalizados. La onda criminal de la zona nacional se amortiguó mucho más lentamente, y en realidad se prolongó muchos años después del final de la guerra.

 

[46] Julián Casanova: De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (2010).
[47] Ricardo de la Cierva: Francisco Franco, un siglo de España. Editora Nacional (1973).

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