El comienzo de la edad de oro del reciclaje

Español, España te pide tus hijos y los dás,
España te pidió tu oro y lo entregaste. En
este momento el Estado, España, necesita
para su economía la chatarra que tengas.
¡¡ENTREGALA!!

El Pensamiento Alavés, 12 de noviembre de 1937

 

El 18 de marzo de 1939 el diario falangista Azul publicó un anuncio de la Comisión Provincial de Chatarra de Córdoba que decía así: “El día 20 próximo es el DÍA DE LA CHATARRA en Córdoba y su provincia. Recoger todos los metales inservibles de vuestras casas, para que el día 20 los podáis entregar en uno de los lugares siguientes: … Franco te pide tu chatarra para España. Si no entregas tu chatarra, eres un traidor y un mal patriota”. En este lenguaje, que deja en mantillas a las modernas campañas para estimular el reciclaje, se organizaba uno de los múltiples canales de recuperación y reciclaje de materiales que proliferaron como setas en la guerra y la posguerra, más o menos hasta el plan de estabilización y después, cuando la abundancia de materias primas baratas dejó a los españoles un santo horror al reciclaje que tuvo que se combatido con innumerables campañas muy alejadas en contundencia de la original de 1939.

 

basurerosdemadridUn reportaje de Crónica, el 2 de enero de 1938, señala las dificultades a que se enfrentan los basureros en una sociedad donde la penuria era creciente y el concepto de desperdicio se afinaba cada día más (click para ampliar).

 

Hay que tener en cuenta que la sociedad de antes de la guerra hacía un uso bastante prudente de los materiales. El contenido de un cubo de basura en 1935 no solía pesar más un kilo por familia y día (actualmente serían siete, lo que indica, dado el tamaño más reducido de la familia de comienzos del siglo XXI, una producción de residuos domésticos multiplicada por diez). La composición de cubo de antes de la guerra también era muy distinta de la del moderno cubo de desperdicios. No existía el plástico ni el cartón de bebidas. Gran parte de su contenido solían ser cenizas de la cocina económica y restos de comida, como huesos y mondas de patata. Este material estaba pidiendo a gritos su conversión en abono, y así se hacía a escala industrial en los vertederos de las grandes ciudades. En la revista Agricultura de 1936 se anunciaba Manzimo, “un producto integral obtenido a base de la fermentación de las basuras de Madrid[212]”. Aun sin tanta sofisticación, muchos vertederos municipales, a los que se llevaba la basura procedente de la recogida “oficial”  se explotaban vendiendo su contenido a los agricultores de los alrededores.

La ciudad no podía vivir de los recursos de su propio territorio, como no puede hacerlo ahora, pero conseguía un grado sorprendente de autosuficiencia. Las aguas residuales alimentaban ricas huertas aguas abajo de la urbe (en Madrid eran famosas las de Arganda y Aranjuez) cuyos elementos nutritivos regresaban a la ciudad en forma de frutas y verduras. Algunos hortelanos utilizaban las aguas fecales de Madrid, que salían de la ciudad hacia el río Manzanares por siete grandes colectores, para criar huertas bastante lucidas. Sus hortalizas, junto con los cereales y legumbres de los labradores, junto con los huevos frescos de las gallinas criadas en los patios de basura, regresaban a la ciudad para abastecer a la población, y el ciclo volvía a comenzar.

Existía incluso un circuito interno de reciclaje dentro del casco urbano, que había tenido una época de auge a comienzos del siglo XX.  La recogida selectiva de residuos hacia 1900 estaba a cargo de unos 10.000 traperos, que contaban con algo menos de 100 grandes patios de selección situados en las afueras pero no pocas veces entre las calles de la población. Había siete sólo en la calle Antonio López y ocho en la calle de la Verdad, ambas en el distrito de  Latina. Los traperos, que vivían entre la materia prima de su oficio, trabajaban sobre todo tres fracciones valorizables: papel y trapos, huesos y paja y “basura”(residuos de comida). Estas partes se vendían a la industria como materias primas y combustible. La materia orgánica recogida servía para alimentar animales de corral, principalmente cerdos, así como aves y conejos. Los patios o corrales de selección eran pues complicadas factorías de recuperación y reciclaje. Estos patios fueron erradicados poco a poco, y en tiempos de la República ya se veían como incompatibles con una gran capital moderna. Pero continuaron existiendo muchos años, al menos hasta de la década de 1970. “Las Américas”, cerca del Rastro, fue la última representación de un patio de selección de residuos (chatarra en este caso) en pleno centro de la ciudad.

La cultura general era de austeridad. No se tiraba nada a la basura a no ser que no hubiera más remedio. Frascos y botellas se rellenaban directamente en la tienda, o se vendían junto con papeles y cartones, trapos, pieles y cualquier objeto imaginable a las omnipresentes redes de traperos. Para los traperos y basureros, la guerra fue una gran calamidad: desde que empezó, “los basureros no encuentran en los cubos nada, absolutamente nada aprovechable”. Sencillamente, cosas como zapatos, botellas vacías o vestidos viejos ya no se tiraban, y los restos de comida de antaño, “trozos de pan, hojas desechadas de vegetales, frutas más o menos averiadas, huesos, cartílagos y piltrafas de carne que entonces se consideraban como inservibles, cabezas y tripas de pescado, mondaduras de naranjas y manzanas[213]” ya no se encaminaban al cubo de basura, sino a los cada vez menos colmados platos de los ciudadanos.

La guerra acentuó la tendencia a no derrochar nada, en un mundo inseguro de recursos cada vez más limitados. Recuperar materiales valiosos para el esfuerzo de guerra se convirtió en un deber patriótico. Estos materiales eran principalmente metales, que terminaban en las fábricas de material de guerra convertidos en armas y proyectiles que se arrojaban al sumidero del frente. Las sartenes de hierro se convertían en fusiles, y los calderos de cobre en vainas de cartuchos y ojivas de proyectiles. Las comisiones provinciales de chatarra creadas en la zona nacionalista, que en realidad se ocupaban de toda clase de materiales reciclables, brearon a sus conciudadanos con continuas amonestaciones para que entregaran sus metales y otros objetos valiosos, equiparando el acaparamiento de chatarra con la traición, inventaron días especiales para determinados tipos de materiales –en Zamora, el 5 de cada mes era el día del aluminio, latón y cobre– o implicaban a los niños en los “jueves chatarreros[214]”. No era una cuestión para tomar a la ligera, pues las comisiones de chatarra dependían directamente de la jefatura provincial de FET y de las JONS.

La guerra, al disminuir el flujo normal de mercancías, forzó la creación de nuevos canales de reciclaje además del reforzamiento de los ya existentes. Así sucedió en la zona republicana con las naranjas. Antes de la guerra, las cáscaras de naranja eran de poco uso, pues no eran buenas para compostar debido a su contenido en aceites esenciales. Los agricultores retiraban las naranjas podridas caídas en los huertos para que no estropearan la tierra. A comienzos de 1937, ya estaban circulando recetas de patatas fritas sin patatas, usando la parte blanca de la cáscara de naranja. El año siguiente, el gobierno lanzó un plan de reciclaje de este material que consistía en desecarlo y fabricar con él harina para piensos. Se llegó a calcular que podía suplir la cuarta parte de los alimentos para animales importados, por valor de muchos millones de pesetas. Secundariamente, se hicieron ensayos para hacer pan con harina de cáscara de naranja, usándola en un 20% con el resto de harina normal para evitar que la concentración de esencias lo hicieran incomible.

[212] Agricultura, enero de 1936
[213] “Hay que hacer algo en favor de los basureros de Madrid” Crónica, 2 de enero de 1938
[214] Heraldo de Zamora, 2 de marzo de 1938

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