Dos países diferentes: el ecosistema republicano y el nacional

spanishworthafightLos dos estados, republicano y nacional, en un mapa publicado por la revista norteamericana Life el 12 de julio de 1937, poco después de la caída de Bilbao.

 

Las más ricas regiones, las que suponen una potencia industrial y las de mayor exuberancia en frutos y productos del campo. Las más ricas vegas y las mejores –las únicas– fábricas y factorías [son de la República].

ABC (Madrid), 8 de septiembre de 1936

La extensión superficial de España es de 504.766 kilómetros cuadrados. De esta superficie, la España del General Franco gobierna en el sesenta y cuatro por ciento y los marxistas esclavizan solo en el treinta y seis por ciento.

Noticiero de Soria, 2 de septiembre de 1937

 

Cuando los facciosos se dieron por vencidos en su intento de ocupar Madrid, a comienzos de noviembre de 1936, resultó evidente que se había llegado a una situación de equilibrio en la guerra contra la República. Lo que ahora se veía con claridad en el futuro era una guerra larga entre dos estados bastante distintos. El estado republicano tenía un poco más de la mitad de la población del antiguo Estado español, un 52%, y bastante menos proporción de su territorio, un 44%. La gran diferencia estaba en la densidad de población, con 58 habitantes por kilómetro cuadrado contra solo 41 en la facciosa. El estado nacional era pues más extenso, menos poblado, más interior –sólo controlaba una tercera parte de la costa– y con una estructura urbana más reducida.

Nunca se había visto antes un país dividido así en dos mitades. El ferrocarril Madrid-Barcelona discurría por territorio republicano hasta Guadalajara, pasaba a circular por territorio nacional entre Sigüenza y Zaragoza, y volvía a manos republicanas entre Fuentes de Ebro y la capital de Cataluña. Los apenas 200 km. de distancia sobre el valle del Duero entre Amurrio (Álava) y Somosierra, en Madrid, se habían convertido en una inmensidad infranqueable.

El país republicano contenía las dos únicas metrópolis españolas, Barcelona y luego Madrid, con un millón de habitantes cada una, y buena parte de los siguientes grandes centros urbanos, encabezados por Valencia (el tercero en tamaño) y Bilbao. El estado nacional tenía que contentarse con la ciudad número cuatro en la lista, Sevilla, y a partir de ahí buen número de ciudades medias. Por el extremo opuesto, también poseía buena parte de los más de los 5.000 minúsculos municipios de unos pocos cientos de habitantes, que eran más de la mitad de todos los que había en el país. Estos pueblos eran fáciles de controlar políticamente y prácticamente se autoabastecían de alimentos. El estado nacionalista encontró en ellos una buena cantera de soldados, poco contaminados por las doctrinas disolventes y buen material para el Ejército. El estado republicano, por el contrario, tenía una estructura urbana más distorsionada, muy deformada por las dos enormes ciudades de Madrid y Barcelona, difíciles de alimentar y un continuo hervidero político y de conflictos. Valencia era tres veces más pequeña y tenía la ventaja de una buena integración de la ciudad en su peculiar entorno rural, las ricas tierras de la Huerta, circunstancia que compartía con Alicante y Murcia. Bilbao tenía un peso enorme en la pequeña República de Euzkadi.

De los casi 13 millones de habitantes del estado republicano, entre 4 y 5 millones (cerca de un 40%) tenían como lengua materna una distinta del castellano, principalmente el catalán y el ahora llamado valenciano, con una pequeña proporción de hablantes del euskera. El estado nacional disponía de casi dos millones de hablantes del gallego y de una proporción de hablantes del euskera algo mayor que la que quedó en territorio republicano, en total aproximadamente un 20% de su población con una lengua materna distinta del castellano. Pero ni el gallego ni el euskera poseían ni de lejos el poderío cultural y social del catalán-valenciano.

Aparentemente, el dominio industrial del estado republicano era abrumador. Poseía la única zona importante de industria pesada en la Ría de Bilbao, así como enclaves industriales importantes en Reinosa y en la Asturias Central. Contaba con la mayor concentración de fábricas de toda la Península, en el Barcelonés y contornos, y con una apreciable concentración de pequeñas fábricas en todas las provincias levantinas, principalmente en Alacant y Valencia. Esto quería decir también que la República se había quedado con la mayoría de los obreros industriales, macerados ya a esas alturas por toda clase de propagandas revolucionarias. El estado nacional no tenía en sus manos ninguna zona industrial importante, aparte de Guipúzcoa, y había tenido que actuar duramente contra los núcleos de obreros de las minas y fábricas que se interpusieron en el camino de las columnas del Glorioso Movimiento. Cualquier concentración de más de un centenar de obreros industriales era considerada como un foco de rebeldía a suprimir sin contemplaciones. En la ultrapacífica provincia de Soria, los obreros de La Cuerda del Pozo fueron primero escarmentados fusilando a unos cuantos (en proporción similar al porcentaje de exterminio de izquierdistas en Andalucía y Extremadura) y luego obligados a participar en un acto de sumisión colectiva.

En el reparto de dones de la naturaleza, el estado nacional se llevó la mejor parte. Buena parte de las minas quedaron bajo su jurisdicción, lo que proporcionó materias primas a intercambiar por armas en Alemania e Italia. Pero más importante era que, habiéndose quedado con menos de la mitad de la población, tenía aproximadamente el 75% de la producción de trigo y otros cereales, legumbres en proporción, gran parte del ganado y la pujante industria conservera gallega. Separada la gran zona productora de cereales de España de sus mercados tradicionales en Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao (sólo hasta junio de 1937 este último) el resultado inmediato fue la aparición de grandes excedentes. En el orden político, se creó el Servicio Nacional del Trigo, para gestionar tanta riqueza, y en el terreno de la propaganda el estado nacional alardeó durante toda la guerra de la abundancia de comida en su territorio comparada con la miseria en el país republicano. En parte tenía razón, pues nunca se implantó la cartilla de racionamiento en la zona nacional mientras que en la republicana funcionó desde finales de 1936. No obstante, se ha visto que este rosado panorama no describe toda la situación, y muchas capitales de provincia nacionalistas sufrieron duramente la escasez por el desvío de las subsistencias al frente o a la exportación para ser intercambiadas por armas y por unos sistemas de distribución proclives a la corrupción. El mito de la abundancia de alimentos  en el estado franquista llegó a su colmo con los bombardeos de pan de ciudades republicanas. «Todos comieron el pan de la España Nacional con verdadera voracidad» decía el ABC de Sevilla del 13 de octubre de 1938 al describir con gran fantasía los efectos en la hambrienta población madrileña de uno de estos bombardeos aéreos de sacos de pan. Parece ser que alguno se llegó a realizar de verdad.

Se podría decir que el ecosistema nacional era “preindustrial” pero holgado en recursos, y con la toma del norte se trasformó en un estado agrario pero bien dotado de industria pesada. El republicano, por el contrario, nunca pudo superar una asfixia de nacimiento, un ecosistema industrial que se vió subitamente privado de sus conexiones tradicionales con sus fuentes de suministros y ventas, y una producción biótica claramente insuficiente para las necesidades de su población.

El mapa del país republicano, tal como quedó en noviembre, cuando acabó la guerra civil corta –que duró unos 100 días– y comenzaba la guerra larga – que duraría 900 días más- consistía en todo lo que se había podido salvar de la arremetida nacional. Había una ancha franja de terreno entre Madrid, que funcionó como dique, y la costa mediterránea entre Gerona y Málaga. Una estrecha tira entre la costa y la cordillera Cantábrica iba desde Oviedo y Vizcaya. Por último, la isla de Menorca.

Se había quedado con la mayor parte de las fábricas, pero el mutilado ecosistema industrial republicano nunca pudo funcionar como antes de la guerra. Se suele decir que la producción bajó sencillamente porque el desorden imperaba en las fábricas, que estaban dirigidas por comités obreros. La imagen de una fábrica patas arriba, con la horda de trabajadores rojos merodeando entre las ruinas de las máquinas, resultaba agradable a la gente de orden. Algo parecido a lo que sucedió con la industria petrolífera iraní en tiempos de Mossadegh, cuando los técnicos británicos abandonaron el país. Lo cierto es que las destrucciones en las fábricas se debían principalmente a los bombardeos nacionalistas, y que los propietarios que llegaban para recuperar sus instalaciones se llevaban a veces agradables sorpresas, como los de la Maquinista Terrestre y Marítima: “Llegado el momento de la liberación de Barcelona, nuestra impresión, sugestionados por las gravísimas noticias que sobre la destrucción de nuestros talleres llegaban frecuentemente a nosotros, fue francamente optimista: pues los talleres de San Andrés se encontraban intactos y su maquinaria, aunque abusada, casi completa, y en los de la Barceloneta, […] sus secciones principales, estaban intactas también[62] […].

La producción de las fábricas de tejidos catalanas bajó, pero habría sido un milagro que no hubiera ocurrido así. La mitad de la clientela estaba en zona enemiga, lo que no ayudaba a colocar la producción, y las materias primas necesarias llegaban con dificultad. El algodón egipcio o norteamericano debía recorrer cientos de millas por mares dominados por los submarinos italianos y la marina nacional antes de llegar a Barcelona. La antigua conexión entre el carbón asturiano y el mineral de hierro vasco se rompió, gracias a la intensa actuación de la marina nacionalista, pues el transporte por tierra era demasiado costoso.

La embestida nacional, procedente de sus plazas fuertes en Marruecos, el valle del Duero y Navarra, ocupó en pocas semanas un territorio de 1/4 de millón de kilómetros cuadrados, la mitad del país y el tamaño aproximado del Reino Unido, con Irlanda del Norte y todo. Este país aumentó de tamaño paulatinamente, y cambió radicalmente desde el punto de vista ecológico cuando ocupó la zona industrial del norte, en el verano de 1937. Durante casi todo el año siguiente cambió poco de tamaño, pero se configuró como un estado viable, con una gran diversidad ecológica y social. Durante todo el primer año de guerra, el estado nacional fue un país agrario con dos importantes zonas de producción: el oeste del valle del Guadalquivir y el valle del Duero. Entre las dos proporcionaban trigo y otros cereales en grandes cantidades. Galicia, la ribera de Navarra y Extremadura también eran buenas zonas de producción de muchos tipos de plantas cultivadas y de ganados.

Una gran ventaja de esta producción rural era que podía funcionar con poca intervención exterior, de manera casi autónoma al menos a la escala fundamental de la comarca. Esta autonomía local se basaba en una gran diversidad genética de las plantas y animales domesticados. Cada comarca tenía su propia variedad de oveja y de cabra, y la mayoría de las vacas eran “del país”; no necesitaban piensos importados ni alimentos de origen industrial. Legumbres y hortalizas tenían un sello local inconfundible, que distinguía a los diminutos garbanzos pedrosillanos de los gordos de Fuensáuco, y a las lentejas de La Armuña de la pardina de Tierra de Campos. Hoy quedan ecos de esta variedad en las Denominaciones de Origen oficiales.

El principal factor crítico que no se podía solucionar del todo a escala local eran los fertilizantes. En España se habían instalado tres fábricas entre 1923 y 1926 en el Norte, y el estado creó un Comité del Nitrógeno[63], donde se acariciaron sueños de independencia nitrogenada gracias a la hulla blanca (la fijación de nitrógeno es un proceso que necesita electricidad en cantidad). No obstante, por aquellos años, el nitrato de Chile era una competencia formidable a la producción nacional. A pesar de su lejana procedencia, se podía conseguir a buen precio. No había pueblo de Castilla donde no estuviera, en alguna pared céntrica, el gran cartel de azulejos donde una silueta a caballo sobre fondo amarillo transmitía el mensaje, escrito en grandes letras blancas: «Abonad con Nitrato de Chile». Tras empezar la guerra, el valioso fertilizante empezó a llegar con cuentagotas, y se repartió con criterios políticos a través de diversos Comités sindicales creados al efecto, encuadrados en el partido único,  FET y de las JONS.

Cuando se dice que el estado nacional carecía de industria se olvida que el abastecimiento de muchos artículos de usos corriente, como alimentos, vestido, combustibles, objetos para el hogar, etc, estaba descentralizado a una escala que recordaba a la agricultura. Ninguna localidad de cierto tamaño carecía de sus pequeñas fábricas de bebidas, embutidos, cacharrerías y así. Este modelo funcionaba con pequeños circuitos locales de producción, consumo y desechaje, y era invulnerable a los efectos de la división de la economía nacional en dos zonas enemigas. Pero tenía muchas limitaciones, porque nuevamente el cambio desde 1900 a 1936 había sido muy grande en la creación de una economía de grano grueso.

Una preocupación principal en la zona nacional era la industria textil: todas las grandes fábricas de tejidos habian quedado al otro lado. Hacia 1906, las pañerías de Béjar estaban en ya en una decadencia tan acusada que 600 familias de la comarca enviaron una instancia de acogida a la república de Paraguay: el dominio de los tejidos catalanes era ya abrumador. Tras el comienzo de la guerra, fue necesario revitalizar las antiguas fábricas de tejidos de Béjar, y lo mismo ocurrió con muchas industrias pequeñas o en decadencia de la zona nacional que fabricaban toda clase de artículos necesarios, desde calzado a utensilios de cocina. Muchas experimentaron un auge impresionante, y se puede decir que los únicos ganadores de la guerra civil sensu económico fueron estos industriales que se vieron de repente inundados de pedidos.

El último reducto republicano, un territorio de unos 120.000 km2, con una población de 7 millones de personas y un ejército de más de medio millón de efectivos, se hundió en unos pocos días, los últimos del mes de marzo. Los movimientos de huida de los republicanos fueron hacia el este, hacia los puertos y aeropuertos de la costa mediterránea. Allí algunos miles consiguieron embarcar, y otros cientos escapar en avión desde los aeródromos militares de la costa. Muchos volaron desde Murcia hacia Orán, a poco más de 200 km. Otros aviones volaron a Francia. El último reducto republicano fue el el puerto de Alicante. Cuando desapareció, terminó la República en el territorio español, aunque quedaba por delante la larga historia de un estado virtual en el exilio que duró hasta 1977. Habían pasado tres terribles inviernos. La República había llegado al fondo del barril: ya no quedaban nuevos recursos humanos que lanzar a la hoguera, y no había ni dinero ni crédito. Se habían alistado quintas desde la de 1915 a la de 1941, un cuarto de siglo de reemplazos militares con edades comprendidas entre los 17 y los 42 años, y la peseta republicana carecía literalmente de valor en los mercados internacionales.

Aunque existe algo de material de historia alternativa con la hipótesis de que la República hubiera ganado la guerra, se ha prestado menos atención a otro mundo alternativo todavía menos  plausible que éste: una consolidación indefinida de las dos zonas, con la frontera más o menos situada donde estaba en noviembre de 1937, antes de la gran ruptura de la primavera de 1938, que desequilibró definitivamente la situación. Los republicanos solo habrían necesitado ganar la batalla de Teruel, eliminando el molesto entrante en su territorio que suponía la ciudad del Torico y de los Amantes, para conseguir un frente bastante sólido que habría sido difícil de romper.

Suponiendo una situación de tablas irresoluble a partir de esa situación de equilibrio, con ambos estados incapaces de ganar militarmente a su contrario, y también que la gran apisonadora de la segunda guerra mundial nunca ocurrió, o no afectó al empate español, podríamos tener hacia 1970 una República Española ocupando más o menos el este de la península, y un Estado Nacional Español ocupando la parte izquierda del mapa. Los dos estados habrían evolucionado separándose cada vez más, como es ley en dos poblaciones separadas por una barrera. La influencia vasconavarra en el estado nacionalista habría sido cada más importante, como la catalanovalenciana en el estado republicano. El castellano o español de ambas mitades reflejaría estas influencias.

 

[62] Política industrial de la república Española (1936-1939) Josep M. Bricall (en Economía y economistas españoles en la guerra civil – Galaxia Gutenberg – Circulo de Lectores).
[63] ANTONIO DE MIGUEL: El potencial económico de España. Gráfica Administrativa- Madrid.  (1935).

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