Carne de cañón

generalmiajaejercitocentroEstampa, 5 de junio de 1937

 

¡Secretarios Ayuntamiento!
Expedientes de prófugos, Filiaciones y demás impresos para Quintas, Liquidaciones del 2% a los obreros, Recibos de pago de los mismos y demás impresos, pedidlos a Tipografía Artística – San Alvaro, 17 – Teléf. 1040 . Córdoba

Azul (Córdoba), 19 de mayo de 1937

 

En mayo de 1938, el Boletín Oficial del Estado de Burgos publicó una disposición que mostraba bien a las claras como la contienda fratricida, cada vez más, se estaba haciendo con mano de obra que hacía todo lo posible para evitar ser alistada y enviada a matar a sus hermanos. También deja claro que el poder del Estado en este aspecto estaba todavía lejos de ser omnímodo, como se consiguió pocos años después, ya en el servicio militar obligatorio del franquismo consolidado de postguerra. El legislador se queja de dos costumbres que dificultaban los alistamientos militares: la no-inscripción de bastantes personas en el Registro Civil, y también la inscripción de bastantes varones con nombre de mujer, con la esperanza de ser así pasados por alto en las listas de reclutamiento.

La lucha sorda entre los reclutables para el ejército y los reclutadores tenía una larga tradición en España.  Había empezado en el lejano año de 1837, cuando se organizó por primera vez el sistema que habría de estar en vigor hasta 2001. Los ayuntamientos tenían la responsabilidad de hacer las listas de mozos útiles de cada reemplazo, que tras diversos trámites eran acarreados hasta las cajas de reclutas provinciales y por fin endosados en los cuerpos donde harían el servicio, generalmente unidades del tamaño de un regimiento.

A lo largo de todo este proceso se insertaban las técnicas de evitación del servicio militar, que eran numerosas. Algunas, como se ha visto, empezaban en el momento mismo del nacimiento del futuro recluta, y de su inscripción o no en el registro civil. Llegado a la edad peligrosa, podía ocurrir que saliera excedente de cupo, si el Estado no tenía necesidad de muchos soldados aquel año. Hasta 1912, existió la posibilidad de librarse pagando una cantidad (redención a metálico) de 2.000, luego 1.500 reales –1.000 /750 pesetas; una casa pequeña venía a salir por esa cantidad, que era enorme para la mayoría de las familias. Esta posibilidad generó todo un ramo de la economía, con sociedades de seguros que recogían y gestionaban el dinero que las familias les ingresaban periódicamente, a veces durante décadas. Algunas familias de quintos quebraron por no soportar el ritmo de los pagos, y algunas sociedades se fugaron con el dinero[181]. También hasta 1912, era posible que otra persona hiciera el servicio en lugar de uno (sustitución), lo que solía equivaler a pagarle. En realidad, la redención a metálico era el mismo sistema, pues alguien tendría que ir en lugar del mozo salvado del servicio. Después de 1912, eliminadas la redención y la sustitución, en teoría todo el mundo tenía que ir, pero en la práctica el que tenía dinero suavizaba mucho los términos y condiciones del servicio. Una copla de la época lo expresaba de manera brutal:

Si te toca te jodes
que te tienes que ir
que tu madre no tiene
dos mil reales pá ti,
a la guerra del moro
a que luches por mi.

Los futuros reclutas tenían a continuación diversas maneras legales de librarse, como sus circunstancias familiares (ser hijo de viuda, tener hermanos en el servicio, mantener a su familia, etc.). Muy importante era la revisión médica, llamada corrientemente la talla, pues consistía principalmente en medir la estatura y el perímetro torácico del quinto. Por debajo de 1,50 y 0,75 m, respectivamente, o si pesaba menos de 48 kilos, el quinto se libraba (estas medidas variaron). Otros casos de falta de miembros, quebraduras y enfermedades crónicas tenían el mismo efecto. Naturalmente, algunos quintos llegaban a autolesionarse para conseguir ser rechazados en este trámite.

Por fin quedaba una solución para el que seguía sin querer ir al servicio: convertirse en prófugo. Una variante consistía en apurar al límite los plazos de presentación, con vistas a que mientras tanto fuera resuelto en sentido favorable algunos de los infinitos recursos que se podían interponer. Pero si no quedaba más remedio, el quinto sencillamente desaparecía, emigrando a otro país u ocultándose en alguna parte.

Todo este sistema y esta cultura se dio de bruces con la guerra civil, que lo deformó mucho pero no tanto como podría parecer. La primera fase de la guerra (los primeros cien días) se hizo con militares profesionales, soldados que ya estaban en filas y milicianos voluntarios. Pero a continuación fue necesario volver a poner en marcha el viejo sistema de quintas, con la particularidad de que esta vez no se iba a llamar solamente al reemplazo del año, la nueva hornada de reclutas recién llegados a la mayoría de edad, sino a varios reemplazos, más viejos o más jóvenes del que le tocaba ese año. El EPR llegó muy lejos en ese proceso, pues movilizó al final a personas entre los 17 y los 41 años, más de veinte reemplazos a la vez. El EN no necesitó rebañar tanto sus recursos humanos militares, pero también movilizó a una masa enorme de soldados de todas las edades. Muchos de estos reclutas no tenían ni interés ni entusiasmo por ser soldados, ni nacionales ni republicanos, pero la guerra aseguraba castigos draconianos impensables en tiempo de paz. A  menos que el mozo se fugara al extranjero, cosa también difícil, tenía muy pocas opciones de librarse, a menos que se convirtiera en un emboscado. El emboscado ilegal venía a ser un prófugo pero además traidor y quintacolumnista, lo que le garantizaba un severo castigo si era descubierto.

La plantilla preexistente de cajas de reclutamiento y la responsabilidad municipal se mantuvieron sin grandes variaciones en los dos estados durante la guerra. La principal innovación se dio en zona republicana, en Cataluña, donde se crearon los CRIM (Centros de Reclutamiento e Instrucción Militar), donde los soldados recibían instrucción básica antes de ser destinados a sus unidades. Fueron los antecesores de los CIR de cuando el franquismo y después.

Si intentar escapar del servicio militar era peligroso y por lo tanto más infrecuente, lo que sí funcionó con furor durante toda la guerra fue el uso de las redes sociales y de parentesco para conseguir destinos lo más alejados posible de la línea del frente. Toda clase de contactos y relaciones se ponían en juego para conseguir colocar al recluta en puestos juzgados menos peligrosos, como planas mayores, almacenes centrales de intendencia y oficinas en general. Los periódicos clamaban contra estos “emboscados legales”, protegidos por su uniforme, dedicados a un cómodo trabajo de oficina en la ciudad mientras sus compañeros menos bien relacionados morían en las trincheras.

A los que no tenían más remedio que ir al frente les podía tocar un sector tranquilo, como los de Andalucía casi toda la segunda mitad de la guerra, donde se podía practicar la política del vive y deja vivir con los enemigos de la trinchera de enfrente. Para los que estaban metidos de lleno en la batalla, la diferencia esencial, que recuerdan muchos veteranos, era tener un buen oficial al mando, es decir, uno cuidadoso con las vidas de sus soldados y economizador de su sangre. No había nada que temieran más los soldados que tener encima a un oficial superior sediento de gloria.

También contaba mucho la instrucción, la cadena de montaje del soldado. En los primeros días de la guerra, la prensa republicana publicó cientos de fotos de cómo los milicianos improvisados se enseñaban el manejo del fusil unos a otros. A los fotógrafos les gustaban especialmente las imágenes de guapas chicas y de venerables ancianos triscando con el cerrojo del fusil. El fusil era el Máuser modelo 1893 / 1913, un arma bastante fácil de manejar, aunque demasiado grande y pesado para algunas de las personas que aprendieron a usarlo por entonces -y para la media de los reclutas españoles, según algunas fuentes. Se cargaba con cinco cartuchos y se utilizaba  abriendo el cerrojo para introducir el proyectil, cerrándolo, apuntando, disparando y volviendo a abrirlo para extraer el casquillo.  Algunos de los primeros choques de la guerra civil se libraron con combatientes que habían aprendido hacía un rato el manejo del fusil, ignorantes de todo lo demás del oficio de soldado.

Una parte fundamental de la consolidación del EPR fue la creación de un verdadero sistema de instrucción, la cadena de montaje de los soldados. Tradicionalmente los reclutas pasaban directamente de sus vidas civiles al cuartel donde servirían, sin nada enmedio, pero el ejército republicano diseñó varios escalones intermedios, un esquema de tipo suizo que fue realmente difícil de aplicar en plena guerra. Poco a poco se diseñó un sistema muy completo sobre el papel, como tantas cosas en la República en guerra, que comenzaba a los 18 años (luego a los 16) con la instrucción premilitar, que debía hacerse con prácticas de fuego real durante sus dos años de duración, compatibilizando el trabajo con la instrucción. En la práctica se usaban fusiles de palo y nunca se puso en funcionamiento en serio. Más importante fueron los CRIM, Centros de Reclutamiento e Instrucción Militar, la primera etapa de la transformación del  civil en militar. En Cataluña hubo seis, y 13 en la zona central. Reunían a los mozos procedentes de las listas de reclutamiento municipales y les proporcionaban los rudimentos de la cultura militar. De ahí los reclutas podían pasar a las bases de instrucción de las divisiones[182], desde donde eran enviados a sus brigadas y cuerpos correspondientes si no pasaban a ellos directamente desde los CRIM. Largo camino se había recorrido desde la enseñanza mutua del manejo del fusil en el verano de 1936; en los CRIM se hacía “Gimnasia, como base preparatoria; conocimiento de las armas de Infantería; Tiro, conocimiento y aprovechamiento del terreno; señales y transmisiones” y muchas cosas más, en resumen: “la formación completa del combatiente”. Innecesario es decir que debía quedar tiempo para toda clase de actividades culturales, fundamentales para la formación de un ejército “fuerte y con plena conciencia de sus derechos”, en opinión generalizada en el EPR. No obstante, a medida que avanzaba la guerra, la instrucción del EPR se fue haciendo cada vez más completa y compleja, para formar las múltiples especialidades que forman un ejército, así como más realista, con vistas a detener la máquina militar nacionalista.

Convertido el civil en militar, la cosa no acababa ahí, pues entonces comenzaba la trayectoria militar real, a veces bajo el fuego, de los soldados y de sus unidades. Una vez pasado el bautismo de fuego, si llegaba, el soldado ya era considerado hábil y veterano y cada vez más valioso para la guerra, y lo mismo pasaba con algunas unidades “muy fogueadas”, que terminaban siendo consideradas como cuerpos de élite. Así ocurrió con la 11 División en el lado republicano. El soldado mismo se podía quedar de soldado raso, o bien ascender en la infinita jerarquía militar, si pasaba al estado de cabo, o asistía a una escuela de sargentos. Más arriba todavía estaba el mundo de la oficialidad, que en el EPR, por definición, no estaba vedada a nadie.

 

[181] J. Fidel MOLINA LUQUE: Quintas y servicio militar: Aspectos sociológicos y antropológicos de la conscripción (Lleida, 1878-1960). Servei de Publicacions – Universitat de Lleida (1998).
[182] Francesc Closa i Salinas: LA INSTRUCCIÓ MILITAR REPUBLICANA DURANT LA GUERRA CIVIL ESPANYOLA (1937-1939): EL CAS CATALÀ. EBRE 38, FEBRER (2008)

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