Madrid, ciudad dormitorio de Sevilla

13. Andalucía y Madrid

“Está muy de moda en Madrid el señorío andaluz y todo el que tiene cuatro perras trata de mover la mano derecha y de poner los ojos como los claros hijos de aquella majestuosa tierra.”– dice Luis Carandell en Vivir en Madrid (1972). Y da un ejemplo a continuación de la manera en que funciona este tipo de comunicación verbal y no verbal: “–Entra un día… Marchena… en el cortiho… el que era gobernadó (el movimiento de la mano derecha va describiendo la entrada del gobernador en el cortijo) … y Don Antonio (Don Antonio es el abuelo del que está hablando) … sale a la puerta y el otro dice… (la mano derecha explica lo que el otro dice)… y Don Antonio le mira… y dice (hace un gesto cortante, siempre con la mano derecha, explicando lo que dice Don Antonio). (Rúbrica.)” Según Carandell, había montones de señoritos andaluces en los bares elegantes de la capital, como Pepe’s, San Jorge, José Luis, etc.

Si bien la distancia entre algunos escondidos valles de la Sierra del Guadarrama y algunas remotas serranías de la provincia de Almería puede parecer grande, lo cierto es que las respectivas capitales autonómicas son uña y carne y están alejadas solamente por un tiro de piedra. Es habitual oir en los bares de la antigua Hispalis que Madrid es una ciudad dormitorio de Sevilla.

Las dos ciudades hace tiempo que superaron el obstáculo de Despeñaperros y están unidas por avión, AVE, autobús y una excelente autovía. Los sevillanos en Madrid están en su elemento (en los tiempos de Carandell, antes, ahora y siempre). Mientras que Barcelona o Bilbao miran a Madrid con lejanía, sospecha y resentimiento, desde el punto de vista de Sevilla la capital del Estado es algo que está un poco más arriba de Triana, y a la que se puede llegar de manera casi instantánea gracias a la teleportación que proporciona el bar del AVE, muy frecuentado a todas horas, que en apenas dos horas y cuarto te deja en Atocha.

Hasta que los AVEs proliferaron por todo el país en los Años de la Mamandurria (cuando vivíamos por encima de nuestras posibilidades), el AVE Madrid-Sevilla era el único que permitía disfrutar de su escalofriante velocidad ferroviaria. La línea se inauguró en 1992, como una obra más de la Exposición Universal de Sevilla. Un ramal descargaba directamente a los viajeros procedentes de Madrid en la isla de La Cartuja, sede de la Expo. Nunca se había visto cosa igual. Mientras que Madrid conseguía una raquítica sede de la Ciudad Europea de la Cultura, Sevilla volvía a marcar rumbo y tronío con respecto a su ciudad dormitorio organizando por segunda vez en un siglo un pedazo de exposición, más grande todavía que la famosa de 1929 –que había sido solamente Iberoamericana, no Universal.

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