Iberia intercontinental

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Un DC-8 de Iberia a mediados de la década de 1960.

 

La compañía Douglas insinuó a las aerolíneas que pronto podrían estar vendiendo billetes para viajes de fines de semana de Nueva York a París si adquirían su modelo DC-8. El plan resultaba factible, aunque ciertamente agotador: «Un vuelo puede comenzar en Nueva York a las ocho de la noche del viernes y llegar a París temprano el sábado por la mañana; el viaje de regreso podría iniciarse en París a las diez de la noche del domingo y, gracias a la diferencia de hora, terminarse en Nueva York a las 10:30 de esa misma noche.» Boeing, por su parte, daba en su publicidad un tiempo de 5 horas y 44 minutos para el trayecto Nueva York- París.

El tradicional argumento de ventas de los aviones de pasajeros, el lujo, fue invocado una vez más: la publicidad del DC-8 insistía en llamarlo «el avión a chorro más lujoso del mundo» , «el «jet» de pasajeros más distinguido del mundo» o incluso «el jet de pasajeros de más tono en el mundo». Los anuncios estaban explícitamente destinados a la «jet set», denominada «ciudadanos del mundo» o «las notabilidades más destacadas», y les prometía un suntuoso salón de recreo, amplias ventanas , anchos pasillos, luces individuales para leer y un «silencio poco menos que absoluto» (aquí la ventaja sobre los ruidosos motores de pistones era evidente).

El DC-8 fue el primer gran jet de pasajeros que adquiría la aerolínea nacional española Iberia. En 1963 ya anunciaba vuelos a once destinos en América empleando el nuevo aparato. Los tiempos de vuelo trasatlántico se citaban en la prensa del Movimiento como demostración del progreso de España: “Bajo el pabellón de “Iberia”, un reactor se plantó de San Juan de Puerto Rico a Madrid en seis horas y veinte minutos”.

El 6 de febrero de 1968 se inauguró el aeropuerto de Almería en El Alquián. El general Franco viajó desde Madrid en un DC-8 de Iberia para presidir la ceremonia. Aprovechó el vuelo de regreso para ordenar un rodeo por el litoral Mediterráneo y el valle del Ebro hasta Madrid, una región que conocía bien desde que allí tuvieron lugar las más encarnizadas batallas de la Guerra Civil Española, treinta años atrás. El Generalísimo se sentó en el puesto del copiloto y desplegó un viejo mapa militar sobre las rodillas (1). Allí estaba, a bordo de un moderno jet de pasajeros de la aerolínea nacional, volando sobre el país sobre el que ejercía un poder absoluto. Los conspicuos embalses y las masas verde oscuro de las repoblaciones forestales eran la prueba, solo visible desde el aire, de que su Régimen había dominado literalmente el paisaje de España, ya que no a los españoles mismos.

(1) Carlos Pérez San Emeterio: A estas alturas. Historias de la aviación comercial en España. Editorial Noray, 2003.

 
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