Un bombardero atómico convertido en bombardero colonial

 

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Un Vickers Valiant de la RAF hacia 1956.

 

La nacionalización del canal y el rearme aéreo egipcio sellaron la alianza político-militar del antiguo Imperio Británico (apresuradamente reconvertido en Commonwealth) del ex-Imperio Francés (recién transformado en Unión Francesa) y de Israel. El principal objetivo coincidente era bajar los humos a Egipto. Los gobiernos británico y francés, completamente ignorantes de la situación política en el país del Nilo y actuando como en los viejos tiempos del ajedrez colonial en que los gobernantes indígenas actuaban como peones, suponían que sería fácil derrocar a Nasser y poner a un gobierno dócil en su lugar.

De manera mucho más realista, Israel tan sólo aspiraba a ensanchar y consolidar sus estrechas fronteras y a demostrar a los países árabes que no tenían, una vez más, nada que hacer ante su superioridad militar. Si los israelíes representaban el papel de “europeos honorarios”, los egipcios estaban muy dispuestos a actuar como la flor y nata de la arabidad, los restauradores de su orgullo. La fuerza aérea egipcia debía cumplir su cometido como manifestación visible de la nueva superioridad moral y tecnológica del país y del complejo cultural que representaba. Antes de que este ambicioso objetivo adquiriese alguna consistencia, ya estaba en curso un abrumador ataque aéreo anglo-franco-israelí.

Los bombarderos británicos que llegaron la primera noche del ataque se encontraron con los aeropuertos enemigos “magníficamente” iluminados, con los aviones cuidadosamente alineados en las pistas. “Era como un safari, totalmente irreal. Podíamos ver las luces de El Cairo a lo lejos”. Los Canberra regresaron a su base en Nicosia (Chipre) sin haber sufrido la menor molestia. Lo peor vino después. Los aviones de la Entente Cordiale bombardearon (al parecer por error) el aeropuerto internacional de El Cairo y de manera deliberada otros objetivos en la capital y en Port Said, causando víctimas civiles. La estrategia egipcia consistió principalmente en reconocer su inferioridad militar ante la avalancha aérea y salvar los muebles para posteriores guerras, que no faltarían. En realidad, la teórica superioridad tecnológica francobritánica reveló una vez más que la expresión “bombardeo de precisión” es una contradicción en sus términos.

Los reconocimientos fotográficos posteriores al ataque mostraron como la mayoría de los impactos habían caído fuera de las pistas, y que muchos aviones parecían no haber sido dañados. No obstante, la información de que disponían las fuerzas agresoras sobre los aeródromos era muy precisa, pues no en vano habían sido construídos y utilizados por la RAF. Atacar Egipto tras haberlo ocupado y sembrado de campos de golf durante más de medio siglo tenía algo de malsano.

Era creencia general de las fuerzas de la invasión aérea que los buenos viejos tiempos volverían, hasta el punto que procuraron dejar intactos algunos MiG-15 con intención de probarlos tranquilamente más tarde, en el confort de las futuras bases aéreas británicas en el Egipto re-ocupado. Tras 48 horas de avasallador ataque aéreo, la mayoría de los aviones militares egipcios habían sido destruídos. En realidad, se llegó tan lejos en este cometido que también se bombardeó el museo de la aviación egipcia, lo que provocó la destrucción de varios aparatos de colección.

El ataque, una vez cumplimentada la primera fase más técnica consistente en destruir los aviones enemigos, pudo dirigirse por fin a variados objetivos, con el fin de destruir la moral egipcia y provocar un levantamiento anti-Nasser. Los planificadores de la RAF no cayeron en la cuenta de que no estaban realizando una operación de castigo sobre una remota aldea waziristaní, sino atacando un estado nacional con una cohesión interna comparable al menos a la de la Alemania de 1942… o a la de su propio país. El bombardeo moral tuvo una parte incruenta en forma de millones de octavillas arrojadas sobre las ciudades en las que se llamaba a la sublevación popular (!) y otra sangrienta en forma de ataques a centrales eléctricas, nudos ferroviarios, carreteras, depósitos de combustible y Radio El Cairo, cuyas emisiones se escuchaban en todo Oriente Medio.

Un raid de 30 aviones dañó la emisora y mató a cientos de personas que se encontraban en sus proximidades, pero las emisiones se reanudaron pocos días después[i]. No se pudo emplear sobre El Cairo la guerra psicológica a base de altavoces porque el único avión adaptado a este cometido de que disponía la RAF estaba por aquellos días trabajabando a tiempo completo en Kenya contra la rebelión Mau Mau-Kikuyu. Al final, como ocurriría más de una vez a partir de entonces, la victoria militar basada en la omnipotencia aérea se tradujo en una enorme derrota a ras de suelo. Nadie les pudo quitar de la cabeza a los orientemedianos a partir de entonces que Israel no era más que la cabeza de puente del imperialismo occidental, deseoso de asegurarse el control de los ricos campos petrolíferos de la región. La Fuerza Aérea Egipcia y su jefe supremo, Gamal Abdel Nasser, nada tenían que reprocharse, y en realidad obtuvieron una gran victoria moral.

[i] RAZOUX, P.: Suez ou la tentation du tout aérien. [3eme partie: l’operation Mousquetaire]. Le Fana de l’Aviation (may 2001)

 

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