El Heinkel 178, el primer avión jet que voló en el mundo, en agosto de 1939, justo una semana antes de la invasión de Polonia por las fuerzas de la Alemania nazi.
El motor «jet» resultaba muy prometedor para la aviación, al utilizar el empuje limpio de un chorro a presión de gases en ignición saliendo por una tobera. Esto eliminaba de un plumazo la engorrosa manera de convertir impulsión de los motores de pistón unidos a una hélice y en teoría permitía cualquier velocidad y capacidad de carga que se deseara en un avión. En la década de 1930, la siguiente etapa de innovación acelerada de la aviación desde los años 1903-1913, podría pensarse que toda la industria aeronáutica estaba trabajando con afán en tal motor. En realidad la investigación sobre los jets era marginal, y se pensaba que a los aviones convencionales de motor de pistón les quedaba todavía mucho recorrido.
A finales de la década había muy pocos grupos trabajando en el desarrollo de un motor jet. En Alemania había dos o tres, y en Reino Unido trabajaba en solitario Frank Whittle. Al final fue la firma Heinkel la primera que pudo hacer volar un avión reactor. No obstante, incluso en Alemania, el desarrollo posterior fue errático, y cinco años después sólo había unos pocos jets volando de verdad, con no pocos problemas de operatividad debido a lo poco probado de la tecnología.
Alemania ya tenía en 1939 todos los aviones que iba a utilizar en la guerra: el Me-109, Ju-52, He-111, etc. Los pocos diseños realmente nuevos (es decir, los aviones jets) que se desarrollaron a lo largo del conflicto bélico estaban muy verdes en 1944-45, que es cuando entraron en acción. En realidad, su desarrollo tuvo lugar en las peores circunstancias posibles, bajo las presiones de producción de «modelos bien probados» que dejaba poco espacio para nada más. Es otra prueba más de cómo la guerra frena la gran innovación aeronáutica.
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