“Pedro Rico”: la conexión canadiense

grummandelfinfare1938

 

Un Grumman G-23 Delfín de una unidad de ataque al suelo en tiempos de la batalla del Ebro (1938).

 

El G-23 Delfín fue una de las pocas operaciones de compra de armas de la República que salió más o menos bien. Estados Unidos había decretado un embargo moral al suministro de armas a la guerra de España, que pronto se convirtió en un embargo legal tras una ley aprobada en el Congreso. Los agentes republicanos consiguieron sacar del país cierto número de aviones civiles, algunos de gran calidad, pero no consiguieron echar mano de ninguno militar.

La oportunidad llegó cuando la empresa canadiense Canadian Car & Foundry (Can Car), con una licencia de Grumman, en comandita con la firma Brewster, aceptó fabricar medio centenar de aviones de su modelo G-23, la versión biplaza de un caza que Grumman había vendido con buen éxito a la Marina de los Estados Unidos. La fabricación se haría en Montreal, en los talleres de Can Car, una empresa con larga experiencia en manufacturas metálicas que deseaba entrar en el mercado de la aviación.
Una vez que los aviones estuvieron fabricados, quedaba el habitual y espinoso problema de hacerlos llegar a España. A partir de ahí, la niebla de la guerra se abate sobre los Delfines. Parece ser que la cobertura legal para la operación la puso una venta ficticia de los aviones a Turquía, y que unos 20 o 30 aparatos llegaron por mar a un puerto de Levante. El resto fue retenido por el indignado gobierno canadiense (resta saber como es posible mantener el tipo de una venta ficticia de 50 aviones de guerra durante todo el tiempo que duró su fabricación, sin que nadie supiera nada en el Gobierno de Canadá).

Los aviones llegaron a España cuando todo el mundo sabía que apenas quedaban ya esperanzas para la República. Un chiste comparaba al general Miaja (y por extensión al Ejército Popular) con un enfermo del estómago «porque lo poco que tomaba lo devolvía en seguida». Por si fuera poco, en 1938 el hambre dominaba toda la zona republicana, con diferentes grados de intensidad según las zonas, siendo espantosa en Madrid y Barcelona. Los obesos desaparecieron de las calles.
Tal vez por esa razón, los panzudos aviones fueron inmediatamente bautizados como «Pedro Rico», el archipopular y casi esférico alcalde de Madrid, sin duda el gordo más famoso de España, que había huído de la ciudad en noviembre de 1936, consiguiendo después refugiarse en el extranjero.

Los Delfín aguantaron como pudieron la avalancha de la aviación nacional hasta el fin de la guerra, momento en que solo quedaban enteros unos pocos ejemplares. Can Car siguió fabricando aviones, esta vez Hawker Hurricanes por cuenta del gobierno británico, y hasta desarrolló un modelo de diseño propio.

 

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