«Si pudiéramos prender fuego a Londres»

Zeppelin (Staaken) R.VI de una unidad alemana de bombardeo a larga distancia, finales de 1917.

 

Según dijo en noviembre de 1914 el jefe de la marina alemana, Alfred Von Tirpitz, “Es equivocado el lanzamiento de bombas aisladas desde máquinas voladoras; se hacen odiosas cuando alcanzan y matan un grupo de viejas. Pero si pudiéramos prender FUEGO a Londres en treinta puntos diferentes, entonces lo que en pequeña escala es odioso se convierte en algo magnífico y poderoso[i]”.

Los ataques con zeppelines sobre Londres fueron planteados por el staff naval alemán, ya desde agosto de 1914,  como una respuesta adecuada al bloqueo naval británico.  Ambos tipos de acciones militares eran pues consideradas como ataques a la moral de la población.

El emperador Guillermo II mostró al principio gran repugnancia ante la idea de bombardear Londres, lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que allí vivían varios tíos, primos y sobrinos suyos. Se dictaron reglas estrictas para proteger las áreas más selectas de los bombardeos, aunque los dirigibles (y luego los aviones) tenían un margen de error que en el mejor de los casos podía medirse en kilómetros.

zeppelinstaakenfrontal
Vista frontal del R.VI

Al hacer navegar sus grandes zeppelines sobre Inglaterra, las fuerzas armadas alemanas inauguraron el ataque aéreo “estratégico”sobre grandes ciudades. Algunas aldeas en Libia y Marruecos ya habían sido bombardeadas, pero era la primera vez que se atacaba desde el aire una gran metrópoli perteneciente al campo de la civilización.

Pero no fué hasta el 13 de junio de 1917 cuando los horrores de la guerra aérea llegaron verdaderamente a Londres. Ese día, 14 bombarderos Gotha IV aparecieron sobre el centro de la ciudad, dejaron caer alrededor de siete toneladas de bombas, que mataron a 162 personas, y volvieron todos a casa sanos y salvos. La herida en el orgullo nacional británico fué profunda y duradera: lo que no consiguieron Felipe II ni Napoleón había sido llevado a cabo.

En total, 52 raids llevados a cabo por aviones mataron a 857 personas, mientras que los 51 precedentes efectuados por dirigibles causaron la muerte a 557 personas. La mayor eficacia de los aviones sobre los dirigibles como armas contra la población civil resultaba evidente. El total general para toda la guerra de muertes por bombardeo aéreo en Inglaterra ascendió a unas 1.500 personas, mientras que en París la cifra fue bastante más reducida, medio millar.

La industria alemana consiguió fabricar algunos enormes bombarderos. Uno de los mayores puestos en servicio, el Zeppelin Staaken R.VI, era casi tres veces más pesado y el doble de grande que el Gotha. Una máquina impresionante, podía cargar dos toneladas de bombas y permanecer hasta diez horas en vuelo.

Este tipo de aviones fueron inmediatamente reconocidos como temibles armas de destrucción masiva, verdaderas amenazas para la civilización. Apenas diez años después del vuelo de Santos Dumont sobre la pradera de Bagatelle, los aviones volaban ya sobre las ciudades de noche, matando gente a centenares.


[i] (Murria, W. Strategy for defeat)

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